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caiman.de septiembre - 2001
el salvador


Pero con todo y la rabia que sentía, aún guardaba la esperanza de que todo aquello fuera la continuación de la larga pesadilla que había comenzado con la muerte sorpresiva de su comandante en jefe. Con el propósito de callar de una vez por todas a esa otra más que tenía enfrente y demostrarle quién daba las órdenes en el regimiento, sacó de su cartera un sobre con las fotografías de su último viaje familiar a La Antigua Guatemala para fulminarla con veintitrés tomas a todo color de un rollo de treinta y seis. En una posaba su coronel con los niños frente al edificio de la Capitanía General. En otra, su marido estaba sentado frente a una tortilla con chorizo y un cerro de cebollines en la mesa No. 16 de la Fonda de la Calle Real. Como naipes que se sabían con mano ganadora, Beatriz fue tirando sobre la mesa una por una aquellas fotos en las que su esposo la abrazaba amorosamente en el atrio de la iglesia de La Merced; feliz y sin uniforme comiendo algodones de azúcar jugando con sus hijos en una lancha rodeada de patitos blancos en Los Aposentos; hincado en medio de cientos de velitas orando sobre la tumba del Hermano Pedro de Betancourt...
–¡Ya basta, Beatriz..! –dijo indignada Magdalena–. ¿De cuándo son esas fotos?
–De esta Semana Santa, cuando por primera vez en años estuvo conmigo siete días seguidos –contestó triunfadora Beatriz.
–¡Qué bárbaro Alberto..! –dijo triste Magdalena–. Lo que más me dolió es haber visto esa foto en la Casa Santo Domingo, sonriendo como un imbécil con su gorra azul de Telefónica. Fue en ese hotel tan hermoso donde frente al fuego de la chimenea me dijo que le encantaba estar allí conmigo porque se sentía como transportado a otro tiempo. Ahora veo a qué se refería... ¿Estás segura de que fue en esta Semana Santa?
–Tan segura como que me llamo Beatriz de Pereira. Las fotos que ya no quisiste ver son de la Procesión del Santo Entierro...
-¡¡¡Ah... con razón!!! –cayó en la cuenta Magdalena–. El Lunes Santo me llamó a media mañana para decirme que otra vez el traidor le había soplado al comandante Damián su posición en la montaña, pero que estaban preparados para ésa y mil eventualidades más. Me pidió que orara con nuestros hijos porque hasta dentro de tres días alcanzarían a llegar los refuerzos de infantería para contener las columnas guerrilleras. Me dijo también que no podría llamarme porque la frecuencia de las comunicaciones estaba interceptada, pero que lo haría tan pronto como lograran cambiar códigos y claves. Pero dejemos eso, Beatriz, yo también tengo mis fotos en la Antigua...
–¡Todo el mundo ha ido a La Antigua, Magdalena! –dijo Beatriz con sarcasmo.
–Alberto nos llevó con mis hijos la primera semana de enero... –respondió muy segura Magdalena.
-¡No seas mentirosa, Magdalena! –respondió Beatriz, mientras encendía nerviosamente otro cigarrillo–: En la primera semana de enero Alberto estuvo a un paso de terminar la guerra. Me llamó para contarme que su comando había acabado finalmente con la retaguardia de Damián, pero todo se les complicó cuando estaban a sólo cincuenta metros del nido de los guerrilleros, porque un gringo con un español pateado les ordenó retroceder y abortar inexplicablemente el operativo victorioso.
–¿Recuerdas la fecha? –preguntó Magdalena, mirando fijamente a Beatriz, como para captar en sus gestos hasta la más sutil de las señales inconscientes.
–Martes cuatro de enero a la una de la tarde. Mis hijos y yo rezábamos juntos de rodillas –respondió Beatriz sin inmutarse.
–Pues el martes cuatro de enero de este año, que ahora me parece el más largo del siglo, estábamos almorzando con Alberto en la Fonda de la Calle Real –recordó tranquila Magdalena–. Sentados en la mesa No. 16, me contaba que el martes es el día del Dios de la Guerra. Había ordenado una tortilla con chorizo igualita a la de tu fotografía y otro cerro de cebollines. Cuando quieras te muestro las fotos, las mismas que conoces, con mis hijos frente al edificio de la Capitanía General, abrazando a mi marido en la entrada de la iglesia de la Merced, con mis hijos jugando con los mismos patitos blancos en Los Aposentos.

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