caiman.de 01/2012

[art_1] España: Asomándome al abismo
Crónica de una subida arriesgada al Roque Nublo
 
El Roque Nublo corona el segundo monte más alto (1811 metros) de la Isla Gran Canaria, siendo el monumento más espectacular de  esa formación de peñascos  en el centro insular, la que el filósofo Miguel de Unamuno llegó a llamar la "tempestad petrificada". Después de descubrir una foto de esa torre natural de piedra, con sus 80 metros casi tan alta como la Giralda, había decidido que tenía que subir allí y que esa subida al Roque Nublo iba a ser el momento culminante de mis vacaciones en Gran Canaria.

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La meta estaba claramente definida, pero el camino para lograrla no lo era. Empecé a preguntar en tres distintas oficinas de turismo de la Isla para obtener un mapa de senderismo para la región de las cumbres – todo en vano. Siempre dijeron que  "de momento no me quedan mapas de las cumbres" (quizás nunca los tuvieron). Al preguntar cómo un senderista podría llegar de mejor manera al Roque Nublo, recibí  tres respuestas distintas – todas bien interesantes, pero ninguna acertada. La respuesta que más gracia me hizo fue la propuesta de ir en coche "un poquito cerca para hacer unas cuantas fotos, lo demás es demasiado penoso". En total, mis investigaciones desalentadoras sólo lograron a evocar aún más mi ambición humboldtiana. Ahora sí.

Por razones ecológicas renunciaba a alquilarme un coche (aunque admito que no sólo ese idealismo, sino también el miedo me lo prohibía: no estoy acostumbrado a conducir por una carretera en serpentina con camiones acechando detrás de cada curva estrecha que se asoma al abismo…). Así que tenía que estudiar  los horarios y líneas de las " guaguas" (autobuses). Las guaguas que circulan por los trayectos de mayor distancia son azules como el Atlántico y pertenecen a una empresa con el nombre prometedor de "Global" – aunque no circulan con demasiada frecuencia. Para llegar al Roque Nublo, hay que tomar  la primera  guagua de la línea N° 18, saliendo a las 8.00 de la mañana desde la parada Faro de Maspalomas  (y hacia 8.10 desde San Fernando cerca de Playa del Inglés),  con destino  Tejeda/San Mateo (unos  50 Km). Es recomendable tomar esa guagua temprana, porque luego la última guagua que vuelve desde el paisaje de las cumbres al Sur ya sale a las 16.00 horas de la tarde (domingos a las 18.00).

A las 8 en punto de la mañana estuve en la parada de guaguas en la Avenida de Tirajana, cerca del cruce que todavía lleva el nombre – und pequeño choque, la verdad – "Viuda de Franco". En el camino desde mi hotel a la parada, todavía reinaba la oscuridad y los últimos noctámbulos salieron de las discotecas. Para dejarlo bien claro: la conquista del Roque Nublo requiere haber dormido bastante y acercarse sin resaca. Por ello, chavales y niñas, una vez en  14 días de vacaciones hay que sacrificar una noche de juerga y acostarse ya a la medianoche, en vez de bailar como locos en el "Cita", el "Yumbo" o el "Kasbah" hasta la salida del sol. La subida al Roque Nublo vale la pena (aunque recomiendo definitvamente elegir otro camino  que yo para alcanzarlo…)

En la guagua azul de Global a esa hora tan temprana sólo hubo un grupo de turistas ingleses de avanzada edad e intensa garrulidad y un par de camareros cansados que volvieron a su pueblo después de una noche de trabajo.

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El sol saliente sólo iluminaba las cumbres, mientras que los valles y  barrancos aún quedaban ocultados en la sombra. Después de haber pasado a las 9.00 el  pueblo de San Bartolomé de Tirajana, finalmente toda la Isla fue conquistada por el sol. De repente la  guagua se paró fuera de cada pueblo en una parada entre peñascos y el conductor salió. Uno de los camareros me explicó que aquí tendríamos que cambiar a otra guagua azul con destino San Mateo. Pero de momento, los conductores de ambas guaguas se han sentado en el bar solitario de bonito nombre "Las Candelillas", tomando café  (esperemos que sólo café).

Mientras que los conductores intercambian con la dueña de "Las Candelillas" los chismes insulares de comadres, me dedico a contemplar la sombra casi triangular proyectada por un enorme peñasco a la pared del barranco enfrente. Tengo frío, ya que estamos a más de mil metros de altura y hay un viento poco agradable. Estoy a punto de entrar también en el bar para tomar café, cuando ya sale nuestro conductor, muy animado y andando ya de prisa. Un cuarto de hora más tarde, a las 9.30 horas, llegamos a la aldea de Ayacata. Aquí tengo que bajar, porque según mi mapa de la isla, es la parada de guaguas que más cerca se encuentra del  Roque Nublo. Desde aquí sigo primeramente la carretera con el número GC-600 unos 2 o 3 kilómetros dirección noreste. En el mapa, esa carretera presenta un par de curvas espectaculares.

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Nachdem ich zwei Kilometer Kurven bergauf gegangen und außer einer Ziegenherde niemandem begegnet bin, sagt mir ein Blick auf die Karte ziemlich sicher, in genau der Kurvenschleife zu stehen, die dem Gipfel des Roque Nublo am nächsten liegt. Eigentlich müsste er sich direkt hinter diesem steilen Berghang befinden. Der Augenblick der Entscheidung. Kurz entschlossen lasse ich Straße und Zivilisation hinter mir und beginne ungeduldig mit dem Aufstieg quer durch Kakteengewächse und Gestrüpp. Einen Pfad kann ich nirgends erkennen. Aber am Anfang wirkt alles einfach und der Hang auch nicht besonders steil. Doch dann ändert sich der Untergrund. Statt harter Erde habe ich lockeres Steingeröll unter den Schuhen, so dass ich immer wieder ausrutsche. Drei Meter vor, zwei Meter zurück.

Después de subir por alli unos  2 kilómetros, sin haber visto a nadie salvo un pastor con sus cabras, una mirada a mi mapa me hace creer que me encuentro en aquella curva que ya está muy cerca del Roque Nublo. Su torre debería estar justamente detrás del monte que se eleva encima de la curva. El momento de la decisión. Espontáneamente, decido dejar atrás la carretera y la civilización y empiezo a subir por un despeñadero lleno de zarzas y euforbiáceas. No descubro ningún sendero. Pero al principio todo parece fácil y el pendiente tampoco se presenta muy empinado.

Pero pronto va cambiando el terreno y en vez de tierra dura sólo hay rocalla debajo de mis zapatos, así que resbalo con frecuencia. Tres pasos adelante, dos pasos atrás. Aunque llevo zapatos de senderismo con suelas perfiladas, en ese terreno de cantos rodados no sirven.

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3Es como si subiera una pirámide de bolitas, las que se convierten en diminutas avalanchas debajo de mis pies. Muchas veces me agarro en la rama de una breña o zarza para no caer  – y me llevo el susto de precipitarme porque se rompe como si fuera una brizna de paja. No sólo estoy perdiendo las ganas de seguir subiendo al sentir el dolor y al ver mis manos y brazos cubiertos de rasguños sangrientos. También me doy cuenta del peligro en el que me he metido sin pensarlo. Por segundos estoy considerando dejarlo todo y volver a bajar. ¿Pero qué habría hecho Humboldt – habría abandonado su plan de la conquista del Chimborazo o del  Teide? Nunca jamás! Así que vamos!

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Algunos sabios dicen que el ánimo va creciendo con el desafío, pero aquí lo que sigue creciendo es el desafío. Esta cresta de la montaña que tan cerca parecía desde la carretera, ahora parece cada vez más alta e inalcanzable. Las breñas y zarzas que desde lejos se presentaban como vegetación decorativa, de repente han llegado a ser más altas que yo y de tal espesura que forman una jungla seca de espinas. De esa manera el terreno resbaladizo no constituye el único obstáculo, sino hay que abrirse camino entre zarzas y cácteas y a la vez buscar apoyo para los pies. A veces utilizo mi mochilita como un martinete para ampararme de las espinas durante mi subida por ese laberinto de zarzas. A pesar de todo ya veo mi sangre goteando de mis brazos y piernas y cuando el sudor llega a las heridas duelen aún más. ¿Ahora Humboldt estaría orgulloso de mí? Espero que sí. Sin embargo, empiezo a dudar con dolorosa intensidad el sentido de esta subida. ¿Por qué lo quería hacer? En este momento de la duda, habiendo perdido por segundos la concentración, caigo unos dos metros, con una rama rota en las manos.  Me encuentro en el polvo y entre espinas, con la rodilla derecha lleno de sangre. Parezco a Cristo subiendo a Gólgota. Después de lanzar una maldición innovadora la que a causa de mi buena educación no voy a repetir aquí, consigo subir a un pico rocoso. Aparte de una sed terrible y del dolor siento un deseo muy fuerte de acabar inmediatamente esa aventura y bajar. Pero ya resulta imposible. Hasta ahora he subido unos dos tercios de ese monte del que ni siquiera conozco el nombre. Basta con una mirada al abismo cada vez más profundo que ya no hay marcha atrás. Una bajada desde aquí sería incluso más peligrosa que seguir subiendo hasta el final, ya que desde arriba sólo se puede ver las coronas de las zarzas sin el suelo donde habría que buscar paso. Además, esa parte del barranco es tan escarpado que tendría que emplear una cuerda para agarrarme. Al mirar a la profundidad me entra vértigo. Agarrándome con una mano en el pico rocoso, logro a duras penas abrir con la otra mi botella de agua. La vacio de un trago. Ya llevo mucho más de una hora subiendo. Miro hacia arriba para que pase el vértigo y de repente descubro el extraño roque que los isleños, debido a su silueta lo llaman "el Fraile". Parece burlarse de mí. Lentamente saco mi máquina con una mano y tomo una foto. Si ahora caigo al abismo por lo menos tendré una última  foto como prueba de que haya llegado hasta aquí…

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Mis brazos comienzan a temblar a causa del esfuerzo, apenas puedo quedarme aquí, siento un cansancio resignado. En caso de precipitar al abismo, estaría muerto o nadie podría escuchar mis gritos en esta soledad petrificada. Arriba sólo me espera la pared plana y vertical de una roca. Aquí no puedo seguir. A tientas busco donde apoyarme, ya no tengo suelo debajo de mis pies, sólo cácteas que se rompen. Tengo que bajar un par de metros para encontrar una posibilidad de subir hasta la cima. Y para colmo se levanta un viento asqueroso.  ¿Viento? Tempestad! La cumbre parece finalmente más cerca, pero en los últimos  50 metros casi ya no hay vegetación, sino roca desnuda y más o menos vertical. Tengo que concentrarme, mientras que piernas y brazos ya tiemblan de esfuerzo. Descubro un lugar donde la cresta de la montaña es menos empinada y empiezo a subir allí a cuatro patas y muy lentamente como una tortuga. Me esfuerzo para no mirar hacia abajo ni un segundo. Mi corazón palpita al borde de reventar, cuando consigo, recogiendo todas mis fuerzas, subirme a un pico rocoso, sin poder ver lo que se esconde detrás.

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Ahora, después de haber depositado ya mi testamento en un cajón de mi cerebro, lo he logrado, I˙estoy en la cumbre! Y quedo mirando el panorama en el otro lado como en un éxtasis. En vez de espinas y ramas que se rompen encima de mí, el otro lado de la sierra me presenta un paisaje majestuoso de barrancos y por un velo de nubes la mar como esplendor azul en la lejanía. Y finalmente lo veo. Sólo a unas docenas de metros se eleva la torre de amarillo grisáceo del Roque Nublo. Y delante – como una procesión de peregrinos en su camino a la Catedral – muchos senderistas subiendo.

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¿Pero cómo ha llegado aquí tanta gente? Completamente irritado después de mi odisea por el desierto rocoso, veo aquí un poste indicador enseñando el sendero  a la cumbre. Debajo de la palabra "Roque Nublo" alguno de sus conquistadores ha escrito con entusiasmo "lo mejor". Lentamente, como hipnotizado mirando la meta que tantas penas me ha costado, subo una escalera excavada en la roca. Al mismo tiempo llegan dos mujeres alemanas – sin mostrar ningún síntoma de haberse esforzado. Obviamente, han llegado por un camino mucho más cómodo que yo. Al preguntarles a dónde lleva el sendero por el que habían venido, responden, como si fuera la cosa más natural del mundo : "... al aparcamiento!" De repente nace una sospecha horrible en mis pensamientos: "Ese aparcamiento ¿acaso se encuentra en la carretera GC-600?" – "... Sí, claro! De allí venimos", confirman alegremente. Ahora tengo que tragar mi rabia. La ira pensando en la falta de mapas de senderismo, los mapas incompletos de la Isla, los que no muestran ni aquel  aparcamiento ni el "sendero oficial" a la cumbre del Roque Nublo, la rabia pensando en los empleados de las oficinas de turismo que obviamente no sabían nada de senderismo por las cumbres, y naturalmente también me tengo rabia a mí por mi  impaciencia arriesgada.

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En cambio, mientras que sigo subiendo la escalera al Roque Nublo, cubierto de sangre y sudor, también me permito sentir algo de orgullo. No he dado un simple paseo viniendo desde el aparcamiento en medio de una muchedumbre de turistas,  I˙yo sí acabo de conquistar esta  cumbre! (Y por ello merezco mucho más el triunfo que todos vosotros, casi me gustaría gritar en alta voz.)

Finalmente he llegado al zócalo de la "torre" de esa catedral rocosa en el corazón de Gran Canaria y contemplándola casi se me llenan os ojos de lágrimas. Debajo se extiende un panorama espectacular de barrancos profundos, valles con aldeas blancas y campos en terrazas, en el fondo siempre la azul lejanía de la mar. Sólo el Teide, la cumbre de Tenerife, dos veces más alta que ésta, esconde su majestad por una corona de nubes. Arriba la magnífica torre del Roque Nublo. Debería dar una vuelta completa alrededor en un sendero rocoso que a veces sólo mide un metro de anchura, así lo hacen los más atrevidos. Pero para hoy tengo demostrado ya bastante atrevimiento y observando como una ráfaga de viento se lleva el sombrero de una turista francesa asustada, renuncio a ese placer aventuero. Creo que mi ángel de la guarda ya ha trabajado lo suficiente para hoy, no hay que desafiar sus fuerzas demasiadamente  – ya es un milagro que haya llegado vivo hasta aquí, en vez de precipitar al abismo debajo del despeñadero del "Fraile" durante mi subida. Me conformo con echar una mirada al otro lado por una "ventana" entre las rocas. Allí un joven turista ruso me pide tomar una foto de su pareja delante de esa ventana. El ruso queda mirando con cierto respeto mis heridas y llega a preguntarme en una mezcla de español e inglés, si acabo de hacer un asalto de Kick-Boxeo. "Kick-Boxeo con Cácteas", respondo y nos reímos. Luego le pido también tomarme una foto, para tener una prueba de haber llegado a este templo rocoso.

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Para la bajada – ahora sí – elijo el cómodo sendero oficial, y para endulzar aún más esa bajada como el delicioso mazapán comprado en Tejeda. Al llegar al aparcamiento, dedico un par de minutos a la contemplación del despeñadero del "Fraile", escenario de mi subida tan innecesaria como arriesgada. La sangre de mis  heridas ya está seca y la euforia de haber conquistado esa  cumbre al final me hacen olvidar el dolor. Humboldt seguramente habría hecho lo mismo, habría elegido la subida patética por espinas en vez de participar en un paseo colectivo. Durante el viaje de vuelta en la guagua a Playa del Inglés me duermo un poquito.

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Al despertar puedo echar una última mirada al Roque Nublo, ya iluminado por la luz rojiza de la tarde. En la ventana de la guagua, detrás del símbolo de una figura que salta la inscripción "Salida de emergencia", iluminada por la puesta del sol, acaba ya con el m – una  señal radiante recordándome que hoy he estado muy cerca del abismo.

Texto + Fotos: Berthold Volberg

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