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Peru: Titicaca - Lago sin Regreso

Tres días de cruzar el lago de Titicaca de isla en isla, primero las islas flotantes de paja, luego las islas peruanas Taquile y Amantaní, finalmente regreso a Puno; en una lancha pequeña accionada por un motor automotriz desmontado, con sitio para 10 personas aproximadamente, si es que se sientan estrechamente.

Otras lanchas rápidas van a toda velocidad ya muy adelante por la lejanía azul. Una vista escéptica por mi parte a nuestra lancha completamente sobrecargada y al motor que parece "balbucear" ya de cansancio, un comentario levemente cínico - y me ataca un esotérico peruano furioso que con un afán de misionero me da la culpa del resultado del viaje que posiblemente terminará mal "debido a mi energía negativa". ¡Y nosotros no nos hemos ni siquiera alejado de la costa!

Da igual, el sol brilla, y yo estoy demasiado cansada e indecisa para esperar el embarco de la próxima mañana o para discutir. Ya no digo nada más y prefiero observar nuestro pequeño grupo.

Un matrimonio alemán un poco viejito. Ella platica en un español gramáticamente correcto pero con un accento terrible, con el hombre esotérico sobre las relaciones "peruanas".

Ella: "En Alemania simplemente todo está mejor organizado."
El: "El primer mundo ha chupado la última médula desde el tercer mundo, por eso ya no tenemos aquí nungun chance."

Ella mira consternada y culpable.

>Más: Una pareja española que platica entre sí en un tono que hace que a mi me bambalean las orejas. Y entiendo fuera de "que lo parió puta madre" y "puta algo" y "me cago en" y quien sabe más. Professional Back-Packer con el equipo completo Jack-Wolfskin-Outdoor para una orbitación terrestre a pie de varios años. Aparte, una mujer de Amantaní con un bebé y un muchacho pequeño que mira mudo y con un gesto sin expresión al anillo de nariz de mi accompañante de viaje.

Sus intentos de hacerle sonreir definitivamente quedaron sin resultado.

Enfrente un grupo pequeño de joven viajeros entusiásticamente católicos desde Costa Rica que querrían descubrir " la espirualidad verdadera en nuestro contiente" tal como explica la jefa chica y vigurosa al hombre de timón que mira estoicamente adelante.

Mastica su coca, escupe de vez en cuando un calducho negro y no se interesa de ningun modo en los motivos de sus pasajeros. Yo ahora ya no me interesa más tan poco, me echo sobre el techo y disfruto el sol caliente de la tarde.

El motor sigue andando tranquilamente pero absolutamente complaciente. Nosotros nos preparamos en total para un pasaje un poco más largo, pués no hace nada, lentamente uno llega al destino también. Pero en un momento el otor apaga y para mi comentario "quien lo hubiera pensado eso" se me echan miradas enojadas.

Sín embargo, en total el humor está bien. La cubierta del motor propiamente hecha se levanta arriba y la ambición de todos los hombres a bordo se ha despertado. Se discute y aquí y allá se fija una pieza de cuerda. El motor no arranca, sino en vez de eso la lancha empieza a oscilar en el viento que empieza a levantarse. ¡Pués, qué bien! Una mirada alrededor nos enseña que estamos sólo en este lago gigantesco, montañas peladas a lo lejos, Puno ni siquiera a la vista y nosotros desviando más. Nuestra paciencia sí se ha ajustado a las condiciones usuales en el país - en situaciones similares muchas veces llega ayuda desde partes no esperadas - sin embargo: poco a poco están bajando el humor y la temperatura porque el sol ya había desaparecido hace tiempo. Poca luz desde la costa. Muy poca. Y muy, muy lejos.

La dueña del anillo en la nariz se esfuerza de desviar sus miradas de los intentos de hipnotización del chico que tantas horas ya queda mirándola. El "héroe" español mientras tanto ha fijado en su frente una clase de lámpara de minero, sacada de su equipaje profesional, y luce debajo de la cubierta del motor, da comandos al timonel. Este contesta de no aceptar comandos ("no faltaría más") y considera terminado el diálogo.

El matrimonio alemán se asegura mutuamente que nuestra ausencia seguramente llamará la atención en Puno, pero - ¿ donde se queda la policía del puerto tanto tiempo? Yo no digo nada, dando ningún comentario en cuanto a la mera ex istencia de tal autoridad.

La jefa deportiva del grupo católico sube al techo, balancea elegantemente para compensar la oscilación de la lancha y emite señales luminosas por la noche con su linterna de bolsillo. De vez en cuando, añade a su "Canto por Auxilio", asombrosamente alegre, y melódicamente un "por favor. Una llamada de emergencia cortés de todos los modos, pero: no pasa nada. Aparte del viento y las olas reina la oscuridad y un silencio absoluto.

El hombre esotérico mientras tanto se ha sentado en el fondo, meditando y murmurando. Más tarde cuenta a los Costaricenses que preguntaron en digna condescendencia que había pedido la ayuda de los espíritus del lago y de las montañas. Se muestran impresionadas y empiezan una discusión entusiasmada sobre espíritus y ángeles y sobre la pregunta si ambos consisten de la misma "materia".

Por mi parte, domina la resignación. Imposible, esto no pueden decir en serio. ¿Cómo puedo yo haber caído en esta aventura? ¡La huida imposible!

Cae lluvia. El viento mueve nuestra canoa sín timón y ¿quién sabe a dónde?, de todos modos no hacia la costa. Uno no la reconocería ni siquiera, todo negro alrededor de nosotros, sólo la lámpara héctica de frente del español pasa rápidamente de vez en cuando por encima de las caras angustiadas de los pasajeros.

Las ondas entran ya en la lancha completamente sobrecargada; el timonel saca el agua con toda tranquilidad y un tarro lentamente devolviéndola al lago. Dos veces la lancha casi se hubiera volcado y ya estuve yo pensando ¡aquí me muero!.

El alemán pregunta con poca esperanza en la voz por chalecos salvavidas pero recibe la respuesta sospechada, o sea, ninguna.

Yo me pregunto porque no me vuelvo histérica. ¿Cuanto tiempo una puede nadar en agua tan fría sin morirse del frío? ¿A qué dirección habrá que nadar? De ninguna manera podría aguantar el tiempo suficiente para poder llegar a la costa. Y generalmente - ¿es mejor quitarse los zapatos y demás vestidos o se muere entonces más rápidamente del frío antes? ¿No sería mejor ahora rezar?

Mientras tanto, el alemán está asomando su cabeza por encima del borde de la lancha, tratando de vomitar sin el menor ruido, sus vecinos también se esfuerzan no darse cuenta del hecho, pero en vano. Un par de minutos más tarde, también el español así como el timonel juntos a la popa siguen al mismo ejemplo.

El chico "hipnotizador" no parece asustado y de ninguna manera impresionado por ese ambiente cada vez más apocalíptico, sigue su actitud de fijar su mirada sin cesar en mi acompañante. A su víctima, caída en apatía fatal, ya no le importa nada.

Todo está tan absurdo, inaguantable. Sea lo que sea, voy a morir con el orgullo de no haberme mareado antes. Esto me consuela un poco y estoy pensando: ¿qué haría la heroína de mi cómic favorito, modelo ejemplar durante mi infancia, en tal situación?

Un resultado muy pobre que no convence. La cubierta del motor hecha de madera seguramente se podría desmantelar, el resto de la lancha consiste de una sola pieza, no chance de fraccionar. Pero la cubierta, ¿ me lleva siquiera? ¿Y mi amiga?
Pues, simplemente ahogarse con esta gente, con esta unidad de destinos, compuesta de hombres que ya bajo condiciones normales me estropean los nervios. ¿Pues, no habrá remedio ? ¡Que tipo de cínico ahí arriba!

Disimuladamente, me acerco poco a poco al capó del motor. Ya sé que hago la ridícula. ¿Y cómo explico mi plano a mi acompañante? Ninguna otra persona debe enterarse, en caso contrario todos nos quieren seguir. El español me previene. El mueve con el motivo de sondear el capó del motor y alumbra a su amiga en forma conspiradora. Definitivamente, ellos están sentados más cerca.

¡Todo se acabó! Me pongo un poco patética y pienso en estrategias ricas de trucos, pero las rechazo nuevamente. ¿Pueden las almas de muertos, ángeles, espíritus y sea lo que sea cruzar continentes y océanos para despedirse de sus más queridos? ¿Y a quién yo, una vez muerta, visitaría? ¿Si es que hay un límite? ¿Estructuraría yo mi vida de otra forma, teniendo otra vez la oportunidad de semejante aventura?

De repente, la lancha se bambalea más precavidamente, la lluvia, así parece, se calma, pero todavía cada uno está ensimismado, desesperado, teniendo frío, y entregado sin remedio a su suerte, de todas maneras agotado por los acontecimientos, preguntas pero también respuestas, a los que se comprime para cada individuo cuando la vida llegue a su fin real ó imaginario. Por lo menos, nadie molesta el silencio por palabras.

También la lámpara de la frente se ha agotado, así que el anillo maravilloso en la nariz ya no se ve y el muchacho chico duerme, lógicamente.

En algun hora de la mañana, el viento se ha girado, simplemente nos arrastra hacia cerca de la costa, de una manera poco espectacular. Salimos del maldito barco, el equipaje sólo medio mojado y la carretera no queda lejos. El conductor de un camión vacío para, no se asombra de nada, carga este pequeño grupo de náufragos y arribamos a Puno dentro de media hora.Si me acuerdo ahora de este pasaje, me surgirá una exhortación: no olvidar las cosas verdaderamente importantes. Pero sin duda: todavía otra vez entraría en tal canoa, si esto fuera la única forma de llegar a mi meta.

Texto + Fotos: Alexandra Geiser
Traducción: Otto Schönauer

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