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Chile: El encanto de Valparaíso
Neruda y su amor a Valparaíso

Se conocen los nombres de ambos por el mundo. El del puerto de Valparaíso, desde que las tripulaciones de los barcos a vela que daban la vuelta, desde Europa, al Cabo de Hornos, en nuestro Sur austral, antes de la construcción del Canal de Panamá.

El de Pablo Neruda, desde que un poeta entonces delgado y melancólico, en una lluviosa aldea de ese mismo Sur, llamada Temuco, escribía mirando a las estrellas últimas del planeta: "Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo, la noche está estrellada y tiritan azules los astros a lo lejos".

Del libro en que aún vibran esas palabras, 20 Poemas de Amor y una Canción Desesperada, se han vendido en el mundo más de diez millones de ejemplares. Y seguirán imprimiéndose, mientras ella gire. A su vez, el nombre de Valparaíso seguirá rodando por lo mares, hasta que los propios mares dejen de rodar. Su nombre se dispersó por lo uertos de la tierra en el corazón de los lejanos navegantes que engendraron su mito.


Viajeros, cineastas, poetas y pintores, fotógrafos, graficaron su historia, no terminaron de buscar su secreto bajo los cielos de la Cruz del Sur.

Lo que no todos saben, es que esos dos nombres, Neruda, Valparaíso, están unidos como las cadenas de remotas anclas, desde los comienzos de un siglo que se ha ido, dejándolos unidos en poemas y canciones, en visiones marineras que les pertenecen a mabos. De cada una de sus casas, Neruda hizo un barco. Y Valparaíso, de cada uno de los poemas que él le escribió, emerge como una bengala de Año Nuevo, esas que él mismo lanzaba desde su morada de un cerro de Valparaíso, La Sebastiana, así se llamaba en recuerdo del constructor español de la obra gruesa.

La Sebastiana estaba inconclusa en sus cinco pisos del cerro Florida, hasta que el vaticinio se cumplió.

Fue una casa soñada por él que en los años 60 encargaba casi frenéticamente a sus amigos más próximos. Yo no me libré del encargo y aunque ponía las más humorísticas y disparatadas condiciones, sabía que esa casa aparecería el día menos pensado. Cuando se la describí por carta, se negaba a creerlo. Porfiaba que no podía existir una casa tan idéntica a como la había imaginado.

Y tan idéntica era, que el 18 de septiembre de 1961, la inauguraba en lo alto del cerro Florida, empavesada como un barco en sus banderitas chilenas de papel y la alegre compañía de su amigos porteños y santiaguinos que llegaron a acompañarlo en su primer zarpe cielo arriba, frente al mar.

No es fácil resumir en una crónica la ligazón de Neruda con esta ciudad llamada Valparaíso que en estos momentos postula a patrimonio de la Humanidad. Pero si, aburrido de Santiago, quiso venir a vivir en ella y después de haber estado enviándole sus versos desde los quince años, sin conocerla, como a una amada invisible y magnética, no hubo etapa de su vida que no hubiese estado relacionada de algún modo con este puerto que lo atrajo desde su adolescencia. En épocas de persecusión política, se refugió en otro de sus cerros, de nombre Lecheros, en una casa acerca de la cual se refiere en el Canto General. "Una casa de marineros", la describe (1948). Quería escapar en barco y escondido en un sótano en cuya entrada colocó un puerta blanca, simulando un closet, permanecía horas asomado a una pequeña ventanita observando los barcos y escuchando el pitazo de los trenes de la estación Barón.

De todo ello dan fé los poemas escritos en esa época en los capítulos de El Fugitivo, del Canto General.

También quería irse en barco desde Valparaíso el año 1927, el vapor Adriana, que nunca apareció, cuando tenía veinte años y había sido nombrado cónsul en la India, en Rangoon. Pero también falló el barco y hubo de partir a Buenos Aires por el tren trasandino que cruzaba la Cordillera hacia Argentina y allí embarcarse en el barco alemán Baden.


Neruda amó con tal pasión los barcos, que la moderna llegada de los aviones debe haber sido una pesadilla para él. Caundo se le nombró cónsul en México, se dió el placer de partir en el Racayu Maru, de la línea japonesa de los Maru. También viajó en los vapores de la desaparecida línea italiana, Italmar, y sus amigos ibamos a despedirlo al muelle, agitando pañuelitos, cosa que le encantaba como si se tratara de un juego. Neruda sólo tenía quince años cuando publicaba sus versos en una de las revistas literarias más famosas del año 20, con sede en Valparaíso, llamada Siembra y en donde también colaboraba Gabriela Mistral.

Neruda aún se firmaba Neftalí Reyes. Hoy esas revistas son piezas de colección. Muchos mascarones de proa, ahora célebres, procedieron de barcos en desguace en Valparaíso, a los que acudía en cuanto sabía de estas "bajas" que le permitían adueñarse de muebles de camarote con los que luego decoraba su casa. Era su ojo naturalmente marinero el que le permitía distinguir entre los muebles de aquellas. Las que procedían de tierra o mar. Sin embrago, y acaso, lo más importante para decirlo hoy día, es que fue Neruda uno de los primeros enamorados "patrimoniales" de Valparaíso, tal vez exactamente el primero. Al hablar de ella, en discursos o conferencias, al recordarla en lejanas tierras, su preocupación mayor era la necesidad de preversarla, no sólo de los terremotos, que tanto abundan en nuestro sísmico país, sino crear organismos de porteños dispuestos a defenderla de los ataques de la naturaleza y también de los humanos. ¡Cuántos maravillosos edificios, cuánta arquitectura irrecuperable, fue demolida en aras de una equivocada modernización!

Daba ejemplos de ciudades salvadas de los escombros de las guerras y restituidas a su antigua belleza, "casa por casa, esquina por esquina", y recriminaba, con absoluta razón, la indiferencia de los porteños por una ciudad que en el mundo no se parecía a ninguna otra. Impulsó la creación de Comités, que lograron salvar centenarias casonas a punto de ser convertidas en inmobiliarias y lo cierto es que hoy, en el plano cultural y turístico, la casa mueso "Sebastiana" constituye todo un hito para favorecer a la ciudad que tantó amó Neruda. Le gustaba informarse acreca de su historia, sus personajes, sus anécdotas, y en tal sentido, conversamos muchas veces y cuando faltaba muy poco para su repentina muerte, me pidió que lo ayudara en la redacción de unas Memorias de Valparaíso, muy distintas a las que aparecen en su obra "Confieso que he vivido". Mi creencia es que deseaba ahondar mucho más en la ciudad misma, sentía que no había llegado al fondo de ella y me parece que lo que deseaba era escribir un libro diferente, para el cual, desgraciadamente, la vida no le dio tiempo. Recuerdo en forma especial su primera visita a mi antigua casa del cerro Alegre, casona del 1800 que lo fascinó y que aún existe. Le gustaba mucho visitar no sólo las casas de sus amigos, sino las que le inspiraban interés y curiosidad. Neruda era un ser maravilloso en el sentido de la curiosidad vital por las cosas, la vida, la alegría de sentirse rodeado por los amigos y las personas en las que confiaba y quería. Era un ser, un poeta hecho para la amistad y la conversación, para el sentido del humor, que era una de las cosas que las apreciaba en las personas. Naturalmente, su casa de Isla Negra, construida lentamente a medida que los derechos de sus libros lo iban permitiendo, era la casa mayor, al borde del mar, pero era tan popular y accesible que cuando quería aislarse, lo mejor era La Sebastiana. Allí pudo aislarse para escribir, pues era prácticamente inencontrable, dada la caprichosa topografía de Valparaíso y por muchos años, aún ya concluida, los porteños no sabían bien por dónde se subía a la casa de Neruda.

Sara Vial
Sara Vial conoció a Pablo Neruda en Viña del Mar en 1955, en casa de un amigo en común, Vicente Naranjo. Sin embargo, fue gracias al famoso pintor chileno Camilo Mori que Neruda conoció los poemas de la joven Vial. Cuando se encontraron en la casa de Naranjo, Neruda iba saliendo del brazo de Matilde Urrutia y Sara Vial iba entrando. "No me creas pesado, ya habrá mucho tiempo para conversar", le dijo al oído a la joven. Poco tiempo más tarde, se reencontraron y nació una amistad cómplice que sólo se interrumpió con la muerte del poeta en 1973. Neruda le presentó a Sara al conocido editor argentino Manuel Losada, quien se entusiasmó con el trabajo de Vial y publicó sus libros en Buenos Aires. En 1965, Neruda fue testigo de matrimonio de Sara Vial, un ejemplo de su relación más allá de las letras.Tan estrecha fue la amistad entre Neruda y Vial que fue ella quien le mostró al poeta la casa que luego él compraría para transformarla en su refugio más íntimo, La Sebastiana (en Valparaíso, frente al mar), que hoy es un museo que recuerda al ganador del premio Nobel y su amor por el puerto chileno.

Al acercarse el aniversario del Centenario de su nacimiento, será publicado este año en Valparaíso, en su quinta edición, el libro de memorias nerudianas que editó la Universidad Católica de esta ciudad el año 83 y que agotado a la fecha, renacerá como ave Fénix, colmado de nuevos capítulos, donde no faltarán las notas nuevas e inéditas, halladas a lo largo del tiempo. Escribí este libro, "Neruda en Valparaíso", para cuya lectura él se preparaba con alegre expectación, con el único fin de dejar un testimonio sincero del hombre, el poeta, el amigo y maestro que yo conocí, tan unido al puerto de Valparaíso, en que nací y que siempre me produjo un malestar: el poco espacio que ocupaba en las innumerables biografías del poeta.

Todos sabían de su amor a España ("España en el corazón"), Temuco la aldea de su infancia, ya que su nacimiento fue en Parral, (de España, era Toledo su preferida, por el misterio que la hacía asimilarla a Valparaíso) y luego, nadie podía ignorar su vida en la India. De todos esos Nerudas se sabía bastante, incluso del Neruda de México y Buenos Aires. Pero"¿Y Valparaíso? Solía aparecer como puerto de recalada eventual y no se desconocían algunos de los poemas que le dedicó, más tarde, "La Sebastiana" se convirtió en su bocina de barco. Tal vez, sin la Sebastiana, algo faltaría para que Neruda hubiera hecho completa su trayectoria en la vida. Y algo también, muy grande, muy bello, le habría faltado a Valparaíso si él no hubiera sido su dueño. Al cerrar esta crónica, me vienen a la memoria, en esa fidelidad suya por el mar que es este puerto, el mar que amó por encima de todas las cosas, palabras que dijo a los periodistas que lo acosaban en Estocolmo, en aquel octubre en que fue el ganador del Premio Nobel: "Pienso aquí, con emoción, junto a Matilde, en las escaleras de Valparaíso, que me han dicho, están embanderadas en este instante".

Texto: Sara Vial Cron para imprimir    

Éste articulo se encuentra publicado en matices (Edición 38/2003) que coopera con caiman.de.
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