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El amor al vicio

Nunca hubiera pensado que alguna adición superara la mía por la nicotina. ¡Pero estaba muy equivocado! Nos encontramos en alguna lugar de Guatemala, cerca de Honduras. Hace horas que vamos de viaje en nuestro jeep y no hemos encontrado un lugar donde tomar una taza de café. No es que necesite café a cada rato, pero me resulta imposible iniciar el día sin una o varias tazas de café, y justamente eso me pasó ese día en el que me tuve que dar cuenta que mi debilidad por el café es más adición que placer. Este es el motivo de mi mal humor cuando finalmente llegamos a un pequeño pueblo guatemalteco. Y como un milagro de repente 100 metros adelante de nosotros aparece mi rescate, un "hotel".

Debido a que mis manos tiemblan por falta de cafeina, mi compañero pisa el freno hasta el fondo y no es que vayamos a mil por hora. Bruscamente abro la puerta apenas el carro esta parado. Un chico de diez años esta sentado delante de este oasis. Le pido encarecidamente que me consiga un café. De alemán civilizado ya no me queda mucho en este momento de angustia, casi me caigo de rodillas ante él. Café por favor!

Por razones desconocidas se niega a dar cualquier explicación, y responde con un simple: No hay café! Situación que nos deja perplejos, porque el joven ni siquiera considera el hecho de levantarse de su silla para darnos información, no se diga vendernos una taza de café. Casi que me da un infarto, como no va haber café en un hotel, si es un alimento básico. Pero no en Guatemala. Desilusionado de la vida y gesticulando enfurecido me marcho, y de repente alcanzo a ver el segundo rotulo en este pueblo desolado en el que dice claramente "Café". Esta es la palabra mágica. Sin dignar una mirada mas al chico o a mi compañero (despues de todo alguien tiene que tener la culpa) me muevo como en trance en la dirección al rótulo. Encuentro un nativo que soñoliento se mece en su hamaca. ¡Aquí tengo que tener éxito! El viejito medio pestañea y sin moverse dice: ¿Café? "No tengo Café". Siento que pasa un año luz hasta que la frase llega a mi cerebro. "Como, es eso que no hay café? Donde dice café debería haber café" tartamudeo. El viejito me pregunta: "Que hora es?" Sin lógica alguna para mi. Furioso respondo: "Yo que se, son mas o menos las tres de la tarde, que tiene que ver eso con mi café". "Ya ve" dice el señor "no es hora de tomar café así que no se lo puedo ofrecer". "Vuelva mañana temprano y aquí se lo tendré". Siento que un vacío invade mi cabeza y sigue un silencio muy muy largo. Entiendo, por mucho que yo necesite el café, este tipo no se moverá de su hamaca. ¡Amante del café en duelo con un amante de la hamaca !

¡¡¡Que vivan los amantes y el amor!!!

Texto + Foto: Sönke Schönauer
Traduccion: Otto Schönauer


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