caiman.de 12/2003

Baño de sangre o como el piojo llegó al campari

En el año de 1518 un tal Manuel López de Villavicencio introdujo desde México hacia Europa un tipo de animal muy especial. Como concecuencia de ese hecho, millones de criaturas inocentes son oprimidas y desangrentadas. La Cochinilla americana se convierte, por lo menos durante un buen tiempo junto con el oro y la plata, en uno de los productos de importación más rentables e importantes del Nuevo Mundo. Más de 150.000 de esos animalillos deben de ser aplastados para obtener un kilogramo de ese colorante rojo. España gana con ello, una riqueza como que si ella misma hubiera descubierto verdaderamente el Dorado.

Por lo menos los caracoles de donde se extrae la purpurina pudieron respirar. Durante cientos de años, desde la época de los Fenicios, 8000 de estos caracoles debían de perder la vida para obtener un solo gramo de este colorante brillante.

El color rojo púrpura era reservado solo para altos dignatarios como senadores o emperadores, ya que en la gargantas de estas creaciones dignas de compasión solo se encuentra una pequeñisima gota de este líquido de donde solo seis décimos de dicha gota resulta ser el colorante deseado y esto después de largas semanas de un procedimiento poco apetecible (cocimiento en orin y seleccionamiento de las partes de carne podrida). La industria de la coloración estaba por ello bajo control estatal para evitar de esta manera que se cometieran abusos con este valioso producto.

En el siglo XVI, la industria textil europea comienza a ganar importancia. Ya desde hacía mucho tiempo atráz, se procuraba encontrar un método económico para obtener el mismo rojo brillante de una manera más facil. Es por ello que los llamados descubridores deseaban encontrar, a lo largo de sus diversos viajes, plantas desconocidas que pudieran teñir los textiles españoles.

La alternativa conocida en esa época, es decir, la obtención del rojo carmín a travéz de la exterminación de un tipo europeo perteneciente a la familia de la cochinilla, daba solo una copia barata y poco convencedora del color púpura, asi, la sangre de este tipo de cochinilla era de un rojo agüado y de poca intensidad.

Además que estos insectos se niegan, de manera astuta, a reproducirse en cantidad lo que hacía que su crianza sea verdaderamente inproductiva.

El descubrimiento de la Cochinilla fué muy celebrado. Muchas ventajas traía consigo: su amplia capacidad reproductiva, su descomplicada forma de alimentación a travéz de los Cactus y la necesidad de solo colocarla al secado antes de ser molida. Muy rapidamente, el alto clero, emperadores y reyes dejan teñir sus vestimentas con este producto obtenido de este vicho sudamericano.

Además, como la época pomposa del Baroco deseaba ser colorida y majestuosa, los pintores pertenecientes a ella, comienzan a utilizar esta novedad en sus pinturas de miniatura; se producen las flores artificiales y hasta se la utiliza como ingrediente en los alimentos de primera necesidad.

El color rojo era, en todo el sentido de la palabra, irrenunciable; como símbolo de la sangre (si pensamos en las muchas pinturas bíblicas), símbolo de guerra, del fuego, del infierno, del poder, de la fuerza y por su puesto, del amor. Pero la barbarie no tiene final, cientos de años más tarde, los uniformes prusianos fueron teñidos con la sangre de estos piojos sacrificados.

Hasta hoy en día son pocos los productores de lápices labiales que renuncian a la utilización del jugo corporal de este animal para la obtención de un coloración más vivaz. Es además permanente, no se corre!

Como este piojo mexicano junto con los diversos transportes de plata eran capturados muchas veces por los piratas holandeses o ingleses, se deciden los españoles, muy rápidamente, a cultivar en la Islas Canarias los Cactus de Opuntia, que es el alimento básico del piojo de la Cochinilla. Actualmente se pueden encontrar dichos cultivos que crecen de una manera salvaje.

La técnica moderna pone de manera provisional fin al sufrimiento de este animal. Con el desarrollo de la anilina, en el siglo XIX, se logra producir este preciado colorante de una manera química.

De todas formas, las huellas de las masacres de los piojos siguen siendo actuales: por ejemplo, el campari sería una agüada bebida sin ese rojo brillante sino se sacrificara a la cochinilla.

Texto: Alexandra Geiser
Traducción: Juan Carlos Castro Diaz