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España: Relaciones exteriores de Aznar

Buscando intereses, despreciando amigos El 91 por ciento de los españoles estaba contra la Guerra de Irak. Aznar, sin embargo, enviaba tropas a Medio Oriente. El Rey clamaba consenso. Privatizando la política exterior, la derecha española alteró principios vigentes desde la muerte de Franco.

Buscando el interés de las multinacionales españolas, Aznar fue contra los españoles. No sólo en Irak, también en América Latina. Y en Marruecos. Y hasta en la Unión Europea (UE). Institucionalmente hablando, Madrid sólo vive un momento dulce en sus relaciones con Washington. Exactamente lo contrario de lo que le gustaría a la mayoría de los españoles. También de los principios de acción exterior que, por vía consuetudinaria, quedaron establecidos desde la época de la Transición (1977-1982): promoción de la paz y de España como puente entre América Latina, la UE y el mundo árabe.

Entre 1977 y 1996 los principios de las relaciones exteriores españolas fueron siempre políticos y se articularon a partir del consenso social. Desde la llegada de la derecha al poder primaron, sin embargo, los intereses del gran capital: ni siquiera los del pequeño o los del mediano. Todo fue unilateral. Incluso el alumbramiento de los mencionados intereses.

La privatización de antiguos monopolios paraestatales y su fusión con corporaciones privadas o públicas de otros países (como en el caso de Repsol-YPF) le dio a Aznar la base político-empresarial que necesitaba. Cambiaron entonces principios hasta ese momento inamovibles. Pero Aznar confundió el "ser" con el "deber ser". La experiencia colonial española está demasiado lejana y además revistió un carácter a lo sumo mercantilista. Se importaron capitales, pero apenas se acumularon. Los más recientes, en España, se generaron a partir de una guerra (la Civil, 1936-1939) y de una dictadura (el Franquismo, 1939-1978). Nunca se entretejieron, pues, intereses ultramarinos como en los casos de Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. Aznar pretendió cambiar eso por decreto.

política carolina
En América Latina la política exterior aznarista se trans-parenta. Acá, en Madrid, tiene mayor margen de maniobra – político y cultural - que en la UE o incluso en el mundo árabe. Los gérmenes de la beligerancia contra Irak se incubaron, pues, al sur del Río Bravo. La Fundación Carolina (FC) es el laboratorio de la política exterior de la derecha española. Creada en 2000 (en el V Centenario del nacimiento de Carlos V, bajo cuyo reinado se conquistó México) la FC agrupa a las 24 multinacionales más importantes de España. Faltaban algunas de peso que, como Telefónica o Altadis, se incorporaron recientemente.

Están, pues, casi todas las que son: petroleras, gasísticas, eléctricas, constructoras, bancarias, aseguradoras, transportistas, de entretenimiento e incluso textiles. Pocas fueron creadas por iniciativa privada. La mayoría, antiguas paraestatales cambiaron en pocos años su filosofía de servicio público por el ánimo de lucro. Ahora, a partir de la FC, financian inversiones, proyectos e investigaciones promovidas por un enjambre de administraciones públicas, entidades académicas y profesionales, fundaciones privadas, asociaciones y ONGs. La máquina imperialista, con Aznar, funciona a pleno rendimiento.

inyección de optimismo
A partir del capital financiero, España ha tomado posiciones en casi todos los países de la región. Para empezar en los estratégicos: Cuba, México, Venezuela, Brasil, Argentina y Chile. Poco a poco en los demás. Las viejas estructuras de cooperación (sobre todo las cumbres ibero-americanas) están siendo utilizadas para promover intereses multinacionales, no multilaterales. Juntos llegaron la arrogancia, el desprecio y la incomprensión: desplantes a Fidel, conspiraciones contra Chávez, especulaciones contra Lula y "sugerencias" a Fox. La simple evocación de la soberanía nacional, a Aznar, le disgusta.

política transatlántica
En el ámbito europeo la cosa cambia. Allá, el margen de maniobra es menor porque las relaciones se articulan en términos de dependencia. En 1985, para ser admitida en su seno, España, hubo de aceptar el desmantelamiento de su tejido industrial y la coordinación de su política agraria con la del resto de países asociados. A cambio comenzó a percibir los llamados Fondos Estructurales: capitales foráneos – a fondo perdido - orientados a financiar la transición hacia una estructura económica basada en la oferta de bienes de consumo y servicios a precio asequible.

Buscando sellar la entente, el ex Presidente Felipe González (1982- 1996) estableció una alianza política con Francia y Alemania. La inversión de las empresas españolas en América Latina apareció entonces como necesaria para acumular unos capitales que, en un marco de competencia dependiente, era complicado importar desde Europa o incluso crear en la propia España.

Pero llegó Aznar y, por iniciativa propia, le dio un vuelco a todo: fracturó las alianzas preexistentes - en Europa también saben de sus desplantes - y reformuló los principios de la política exterior apoyándose en las privatizaciones. Su lógica, sajona: buscar intereses en lugar de amigos.

A partir de ahí Madrid tendió vía Londres puentes hacia Washington. La Casa Blanca no rehuyó el envite porque hace mucho que Estados Unidos olfatea, ante todo, las utilidades. España tenía mucho que ofrecer: país miembro de la UE, militarmente estratégico y con influencia política, económica y cultural en América Latina. Su Presidente tiene, además, afán de protagonismo internacional. No hubo más de qué hablar: El viejo europeísmo de España se transformó en atlantismo gracias a una arriesgada joint venture diplomática. Nada de consensos.

política árabe
Hablar de política árabe de España es hacerlo de política magrebí (norteafricana) y siendo más específicos, marroquí. Aquí, el proceder de Aznar merece punto y aparte. Para empezar, en el ámbito de los prejuicios: el Presidente ignora - de facto - la herencia musulmana de su propio país (casi ocho siglos: 711-1492). Así, no sólo desaprovecha la simpatía que España despierta en el imaginario colectivo árabe-musulmán sino que, dilapidándola, desarticula otro de los principios rectores – y consensuales - de la política exterior española desde la Transición: ejercer de privilegiado interlocutor occidental con los países árabes.

El caso de Marruecos es locuaz. Tan importantes son para España las relaciones con su vecino sureño que, desde la presidencia de Adolfo Suárez, 1977-1981, el primer viaje al extranjero que emprende todo jefe del ejecutivo es siempre a Rabat. Aznar no rompió esa tradición, pero sí estuvo al borde de la ruptura de las relaciones diplomáticas: inaudito.

El principal efecto, deseado o no, es que el capital español aligeró sus crecientes inversiones al otro lado del Estrecho. Mientras tanto los migrantes no dejan de llegar, aunque en unas desconocidas condiciones de "ilegalidad".

Medio Oriente cierra el círculo. Al principio fue la obnubilación. Aznar se obsesionó con emular el éxito político y diplomático de su predecesor y rival, Felipe González: pretendió celebrar una segunda Conferencia de Madrid - por la paz en Medio Oriente - pero fue ignorado por todos los actores. Comenzó entonces a profundizar sus relaciones con Israel. También a incentivar la participación de empresas españolas en el programa "Petróleo por alimentos" que la ONU le impuso a Irak desde 1996. El alineamiento incondicional con Washigton en su política belicista ejerce de corolario. La reconstrucción, de legado.

Texto: Juan Agulló
Fotos: Berthold Volberg
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