caiman.de febrero 2001

La adoradora de serpientes

Rurrenabaque. Durante el tiempo de lluvias el villario, ubicado en la selva virgen al norte de Bolivia, se hunde en el lodo, en el verano los mosquito caen sobre el poblacho, chupando sangre. A pesar de esto el aventurero abre su camino a través de la jungla verde. Desde La Paz aguanto un viaje de 35 horas, tengo que pasar tres veces pro un rio sin los puentes correspondientes, además de esto tengo que pasar siete horas en un camión con otras sesenta personas para llegar al lugar de destino: Rurrenanbaque.

Una vez allí, el cielo llora, y yo decido confiar mi destino al primer guía de excursiones, y así compro un ticket para una excursion de cuatro días por la jungla boliviana.

Momento culminante de esta aventura será la busqueda de la anaconda:
Ernesto, nuestro guia, que nos provee durante todo el tiempo con historias místicas, nos da informaciones detalladas sobre el único enemigo natural del caiman, mientras nos lleva en su canoa al "distrito de caza".

"La anaconda más grande vista en Bolivia mide 14 metros", así nos cuenta nuestro guía, "y hace poco fué descubierta en el momento mismo cuando ella trataba de comerse una vaca, pero tenía problemas con los cuernos..."

En medio de la pampa abandonamos nuestro "Love Boat" y marchamos una hora hasta llegar al legendario pantano.

Cada uno de nosotros armado con un palo nos abrimos paso. Nos hundimos hasta las rodillas en el opaco pantano marrón.

En el grupo hay dos miedosos que se niegan a unirse al grupo y se quedan atrás observando los sucesos desde lejos.
Yo, al contrario, me había propuesto curar mi fobia contra las serpientes con un tratamiento shock.

En cada irregularidad del pantano tengo ganas de gritar, aunque no veo nada, me siento rodeada de serpientes gigantes. Mi neurosis no se hace esperar: en medio del pantano, lejos de la ribera/orilla salvadora, ninguna alma viviente cerca, exigo a voz en cuello, que me saquen de allí. Siento que llega mi fin. Pero nadie acude a mi auxilio, excepto las serpientes.

Allá: a cinco metros dos compañeros de la expedición cazan tres de estos monstruos: dos anacondas y una serpiente de cascabel. A pesar de mi histería me pregunto, porque serpientes venenosas viven en el pantano, y por que motivo Ernesto no me ha dicho nada.

Apartir de ese momento no me muevo ni un centímetro más, para pasar inadvertido, tal vez ellas están pasando en este momento entre mis piernas y buscan un objeto para estrangular...

Mis compañeros se acercan alegremente con las serpientes gigantes en sus manos y expresan su satisfacción colocándome uno de los animales alrededor de mi cuello. Finalemente puedo caminar, aún cagada de miedo...

Sólo queda por decir esto: tratamiento shock es una imbecibilidad. Hoy en día no pongo más un pie en el terrario de mi zoológico preferido. Un terremoto, un bomba o cualquier otra cosa parecida podría destruir los terrarios y yo estaría encerrado de nuevo entre millones de serpientes, que solamente desean estrangularme y envenenarme....


Texto:
Jutta Huppertz
Fotos: Dirk Klaiber