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caiman.de febrero - 2001
el salvador

Rescate en el "Pacífico"

Este domingo almorzamos con Martha y Lucía en el "Mirador del Pacífico”, uno de los restaurantes del puerto de La Libertad construidos sobre la Carretera del Litoral, en un risco perfecto donde la vista no alcanza para admirar la belleza impresionante del océano.

La tranquilidad de la marea baja contrastaba con la música guapachosa de los combos Mientras uno tocaba como mejor podía la instrumental "Cumbia Sampuesana”, el otro acaparaba más clientela valiéndose de las estrofas pegajosas de "vuelve a mi lado, vuelve a mi lado, ¡Hey! Comején, ay comején...”, con una chanchona como dicen ellos y contrabajo, para ser más elegante, que tenía sus tres cuerdas al borde del colapso, y un guiro (les debo la diéresis) ingeniosamente fabricado con latas de jugos Kern’s de todos los sabores.


Llegó la hora del preludio inevitable de las Pilsener. Resulta que la globalización - o mejor dicho la gringorización- parece que acarrea la desgracia de eliminar las bocas, cosa que no estuvimos dispuestos a permitir ni nosotros ni Lucía. Sergio, nuestro mesero, y quien se los recomiendo, dijo que para nosotros sí habría bocas, y hasta nos dio a escoger. "Camaroncitos” -dijo Martha- y yo, sumiso como siempre, la secundé.

¿Será que en el mar, tan divino y tan monótono, el tiempo tiene otra velocidad? Pues se cansaron los combos, y ya con música de cassettes, sonó Sandro, el argentino que debe ser abuelo a estas alturas: "por ese palpitar, que tiene tu mirar... yo puedo presentir que tú debes sufrir, igual que sufro yo por esta situación....” Asaltan la memoria los recuerdos de aquellos tiempos, cuando sentíamos como nuestras letras eternas como la de aquella canción de los Iracundos: "el mundo está cambiando, y cambiará más, el cielo se está nublando hasta ponerse a llorar...”

Entre las nostalgias de aquella música y los ritmos tropicales tan sabrosos, sirvieron la mariscada en un plato hondo donde estaba toda la pesca del vecindario. Los chacalines, que me gustan por su sabor y por su nombre indígena; las almejas, con su espléndida magia femenina; la langosta, que desde el fondo se asomaba con sus fijos ojos negros; las jaibas, con su frente de vikingo; el cangrejo, que será inmortal para siempre; los camarones príncipes, que espero que reinen por los siglos de los siglos.

pa`rriba


En lo mejor de nuestras labores con la sopa, se nos acercó una señora para ofrecernos las delicias de su canasto: camote en miel, conserva de coco, dulce de chilacayote, cocadas, garrapiñadas y membrillo de manzanilla. Diez pesos fueron su recompensa por una bolsa de semillas de marañón. Entonces vino el incidente: Martha pidió que le partiera la tenaza del cangrejo. Yo, a lo Mel Gibson, quise hacerlo con las manos. Me llevó candangas, palabra que no busquen el diccionario, porque antes está candado y después está candar.

El resultado fue una herida en el pulgar derecho, con abundancia de sangre y toda la onda. Sergio, ese mesero diez, inmediatamente consiguió curitas y acudió en mi rescate, mientras me contaba sus historias como orgulloso voluntario de la Cruz Roja.

Hubo mariscada hasta para llevar. Con el dedo vendado y la dura lección de no repetir la ocurrencia de partir cangrejos con las manos, salimos los tres del Mirador del Pacífico. Le dije a Martha: "amor, ¿verdad que si esta herida me venciera, podrías decir que te amé hasta el último día de mi vida?” Si, como no -me contestó la Martita.


Texto: joaquin fernández


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