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Peru: El cotidiano misterio de la ciudad de Machu Picchu

En aquellos dias, después de haber sido "purificadas" durante más de tres dias en el templo mayor Coricancha del "ombligo del mundo", la ciudad de Cuzco, un grupo de 15 adolescentes vírgenes, venidas de las cuatro direcciones del Imperio, terminaban por ponerse cómodas en los aposentos del "Torreón", único edificio de la ciudad concebido en corte y base circular, quizás para simbolizar con la forma ovalezca, al Dios al que dedicarían el resto de sus dias, el dios Sol.

Las Vírgenes del Sol, exhaustas después de otros tres días de camino montadas sobre llamas negras siempre con dirección Ceja de Selva, precedían la llegada del Inca, quien había anunciádo su venida para después de las celebraciones cuzqueñas de la fiesta del Inti Raymi (la mayor de las festividades incaicas). El Torreón tenía una vista amplia algo panorámica, sobre las cuadriláteras plazoletas centrales en el corazón de la ciudad, y si desde allí se contemplá más a lo lejos, se puede divisar el Barrio del Oeste.


Tinieblas de misterio
sobre Machupicchu

Aquí la Mano Obrera descansa merecidamente después de este día de cosecha final, y de ese "ir y venir" sobre los Andenes que circundan la ciudad, a lo largo y detrás de su muralla de piedra maciza, grisosa y de encaje armonioso.


El Barrio del Oeste
al caer la tarde

Los andenes o terrazas, contenidas por sólidos muros de piedra, tenían un carácter plataformal, mezclado con ideas de superposición, ello permitía el regadío parejo y extendido.

En ese año, la cosecha había sido abundante, en Los Almacenes, situados junto al Palacio de la Princesa, detrás del torrreón, se apretaban de maíz para el mote del caldo; el maíz morado para la colorada chicha, las papas tipo huairo junto con las hierbas de llantén se amontonaban en un rincón cubierto con mantas de Paja de Totora traídas especialmente desde el lago Titicaca como protección de la humedad escapada y venida de la amazonía, también virgen y no muy lejana.

Pero el Barrio del Oeste es a su vez el más activo, el de más movimiento, el del populacho. Los niños se aglutinaban a lo largo de la escalera empinada que conduce a lo alto de la cima barrial. Aqui la vida es la más sencilla; el cultivo agrícola, la preparación alimentaria, el culto al Inca y demás Deidades, ocupaban el tiempo cotidiano de las familias aqui destinadas.


Portales
machupiccheños

Por ello, la visita ilustre desde la capital del "Imperio de los Cuatro Suyos", el Tanhuantinsuyo, llenaba la atmosfera de la ciudad sagrada de Machu Picchu de un aire aún más sacral, muy lleno de misterio; esa característica que se impregna mucho en el significado de la Cultura Inca.

El verdor de las plazas y caminos contrasta con el grisáseo letárgico de las construcciones rectángulares de piedra interumpidas por entradas de formas trapezoidales. Entre ellas destaca el complejo de edificios donde la puerta principal trapezoidezca está coronada por un dindel de tres toneladas de peso, todo tallado de una sola piedra. Estamos referiéndonos al Palacio del Inca, donde el ilustre visitante pernoctaría durante el tiempo de su visita.


Calles cercadas en
piedra maciza
Muy cerca y con dirección a la montaña que contempla silenciosa y vigilante toda la ciudad, el llamado Huayna Picchu, se ubica la zona dedicada al culto de los dioses. El Sol y la Luna, o mejor dicho, Inti y Killa, como se los llama respectivamente en lengua oriunda, tenían en el Templo Principal su centro de devoción, aquí un altar monolítico se adelanta, posicionándose delante de uno de los muros más notables y ceremoniales de la ciudad.

A la izquierda, un largo camino terminado en escalinatas angostas y empinadas nos conduce al Intihuantana, lugar donde algunos ciudadanos machupiccheños procuran desarrollar conocimientos astrológicos por medio de este supuesto Calendario Solar aunque alguna que otra vez sirve para sacrificar llamas mancebadas para dar mayor gloria al padre Sol.


Ventanal con fondo
de andenería

Vistas espectaculares de los alrededores de la ciudad se pueden captar desde el Templo de las Tres Ventanas, un edificio rectangular construído con sillares macizos, abierto hacia un lado y donde una alta columna de piedra que al parecer serviría para sostener el techo de paja impone el respeto requerido para su entrada. Los sacerdotes Incas, los Curacas, han permanecido durante casi todo el día en este recinto, controlando la organización social a base de castas del Imperio, pero deleitándose también, de tanto en tanto, de los banquetes organizados al entrar el atardecer para alegría del Inca y su familia. La Pachamanca (plato a base de carne de cerdo) y los Cuies (conejillos de Indias) rellenos con papas y verduras forman el manjar preferido de los ciudadanos de Machu Picchu quienes remataban sus orgías estomacales con la fermentada Chicha de Jora, la bebida de maíz preferida del Inca que lo hacía caer pronto en la embriaguez del sueño.


Encajes perfectos de piedra
de un ventanal doble

Mientras que al frente, al otro lado de los patios planos y verduzcos que parten la ciudad como río de pasto verde que fluye desde lo alto del Huayna Picchu, muchas mujeres del pueblo obrero del Barrio del Oeste cotillean sobre los acontecimientos del día en el Templo de la Roca Sagrada. Una piedra de tres metros de altura circundada por un muro bajo que domina este lugar sagrado.

Las aguas que circulan por toda la ciudad a través de canales, fuentes y pilas, se aglomeran en la Fuente Ceremonial, detrás del Torreón. Ahora algunos niños, a pesar del inicio de la tarde oscura, todavía se recrean esperando divisar mejor que el día anterior, las estrellas consteladas en las noches misteriosas de la Ciudad Sagrada de los Incas.

Con la oscuridad de la noche llega también el descanso, quizás el erotismo, y poco a poco se siente, aún más, la magia perdida de un lugar que permaneció durante siglos apartado de la civilización, desconectado de la historia que continuaba con otro rumbo en el resto del Tanhuantinsuyo, que pronto se llamaría Perú.


En el templo de las Tres Ventanas


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