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Peru: Contacto Cultural en Lima

Desde hacía tres semanas que estabamos recorriendo el Perú y durante ese tiempo hicimos todo lo que estaba a nuestro alcanze para conocer este país desde su lado propio y típico. Durante los perdidos viajes sin destino a travéz de los alrededores de Lima creímos haber visto bastante y con ello haber comprendido algo de la vida de aquel lugar. Obligados por nuestra motivada ideología de abstenernos de cualquier producto capitalista bebímos de la dulce y química Inka Kola produciéndonos tales desarreglos estomacales que nos obliga a visitar con frecuencia los diferentes locales de comida situados a lo largo de las calles. La llegada de cada uno de estos problemas estomacales nos afirma creer que hemos hecho lo correcto; y así pues, disfrutamos de ellos de manera estoíca, contemplando estas situaciones como muestra de que las tendencias culturales imperialistas son también satisfactorias para hacernos salir vivir momentos fuera de lo común.

El estar con diarrea no nos pone del todo satisfechos. Así, comenzé a perturbarme un poco pues hasta ahora no tenía conocido a ningún peruano y más aún me mantenía sin saber todavía sobre sus raíces y cultura.

Lo que nos faltaba era el contacto con la gente, un intensivo intercambio con la población, un juego de preguntas y respuestas bajo nuestras reglas, unas cuantas victimas de nuestra intensa hambre de cultura. Tengo que aceptar, que debí de haber leído algo más, antes de partir, pero debido a esa creencia de que en el mismo lugar resultarían las cosas más fáciles, tomé por superfluo el hecho de informarme antes; en realidad que aburrido hubiera sido conocer con anticipación, todo de lo que muchas personas, a lo largo de nuestros recorridos, de manera espontanea, abierta, orgullosa y llena de sentimiento patriótico, nos relataron; sumado a ello esa disposición constante de ayudar.

Andreas, con quien me habia citado durante el viaje a travéz del internet, se había ocupado más con la zona montañosa y no estaba mejor informado que yo. Para evitarnos alguna desilución, nos propusimos aprovechar la próxima oportunidad para mezclarnos en lo profundo del pueblo.

Como si nos hubiera estado esperando, nos habló en la calle un estudiante peruano. Por Dios, un peruano de pura sepa, quién lo hubiera esperado! Se llamaba Alejandro, estudiaba Inglés y Mercadotecnia en Lima para así después ganarse la vida con los turistas. Con un rostro de color chocolate, los ojos mansos de un español, rodeados por los duros rasgos indígenas, se nos presentaba ante nosotros uno de esos espléndidos ejemplares de los libros ilustrados, exáctamente lo que me había imaginado.

El estaba interesado en enseñarnos su ciudad desde su propia perspectiva. Pero de todas maneras, parecía estar más interesado en nosotros que en su disposición de informarnos sobre él y de su país. Pasamos el día juntos dejándonos después proponerle para la noche una invitación al cine. Una película de crítica social sobre la juventud en las calle limeñas- ajá, esto pasaba como anillo al dedo, en lo que respecta a nuestras espectativas. La sala de cine estaba repleta de jovenes, sentí algo satisfecha a mí curiosidad. Habían dos „gringos“ en la sala y esos éramos nosotros.

Alejandro se perdió de nuestra vista en medio de la multitud o quizá se encontró con amigos, nos dió igual. Con tensión esperamos de la película que nos introduciría en los detalles de la vida de los peruanos. Una sala de cine llena de peruanos es ya todo un acontecimiento. La muchedumbre vivía con la película; lloraban, silbaban, aplaudian a lo largo de ella. La mediana calidad del contenido, no peturbaba a los espectadores. Después de muchas aclamaciones sobre escenas de violencia, y en medio de tanta gente extraña, me envolvió un sentimiento de abandonar la sala, pues de repente me sentí, bastante abandonado.


De manera discreta miré a Andreas notando como él también encontraba a todo esto algo raro. Por medio de contacto de ojos nos pusimos de acuerdo en abandomar la sala. Pero esta decición no fué tomada en el momento adecuado, ya que en la fila donde nos encontrabamos sentados, un estallido salvaje de perplejidad no nos hizo posible abandonar la sala. Al mirar la pantalla de proyección me dí cuenta del porqué de esta situación: Una manada de pequeñuelos ebrios asaltaba a una prostituta de tez blanca, en su auto, despojándola de todo lo que tenía consigo. Con ello, toda la sala exclamaba su sentir. Les ahorraré los detalles de estas escenas, pues quién conoce las baratas producciones cinematográficas latinoaméricanas, seguramente se pude imaginar como deben de ser ellas en lo que respecta a tomas de ángulos, duración, sonido y contenido. No nos fué posible salir del cine antes del tiempo final, despúes de todo, fuimos los últimos que salimos atónitos de este lugar para ponermos, lo más rápido posible, en camino a nuestro hotel, uno de los más baratos de la ciudad con agujeros en la puerta.

A pesar de que no solamente me costó una noche sin dormir, sino que también tomé una impresión de los peruanos desde una perspectiva ajena a la nuestra, que en realidad no lo hubiera preferido saber por el resto de nuestro viaje, tengo que decirlo, que después de todo, estoy agradecido por esta experiencia.

Quizás un poco soñolientos pero con buena voluntad nos pusimos al día siguiente nuevamente en camino. Los sucesos del día anterior nos acompañan en la mente durante un tiempo pero unos cuantos rayos de sol junto con el colorido y emocionante viaje en un colectivo a lo largo de la costa nos recompensan y hacen corregir esta miserable pero pasajera impresión que habíamos recibido de nuestros anfitriones. El Perú si que era un país maravilloso, con su gente llena de amabilidad y disposición para ayudarnos, esto hizo querernos olvidar rápidamente lo ocurrido.

Texto: Cora Steigenberger
Fotos: Marcus Behnke
Traducción: Juan Carlos Castro Diaz
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