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Los Millones escondidos de Pancho Villa

En algún lugar de los montes de la Sierra Madre en México está escondido uno de los tesoros perdidos más importantes del mundo – hasta que se encuentre. Una cantidad inimaginable de monedas y lingotes de oro y plata están esperando su descubrimiento en cuevas ocultas y profundas. Pero hasta hoy día, el lugar exacto de ese inmenso tesoro sólo lo conocen los murciélagos, las iguanas – y un muerto.

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Este muerto quien ya no puede contar su secreto es Pancho Villa, uno de los bandidos más crueles y más exitosos del Siglo XX. Perteneció a una familia de pobres mestizos – prácticamente “esclavos” del rico terrateniente Don Arturo López Negre y su hijo Leonardo. Todos los miembros de su familia trabajaron duramente como algodoneros en la Hacienda Rio Grande, propiedad de los López Negre. Cuando Leonardo violó la hermana de Pancho, éste desafió Leonardo a duelo y lo mató.

Por ello, Pancho tenía que huir y luego se hizo miembro de varias pandillas que infestaron las regiones norteñas de México. Con el tiempo, conseguía poco a poco un grupo de seguidores incondicionales, todos pobretones y pistoleros. Logró convertirlos en “patriotas” apasionados que se acostumbraron pronto a la recompensa después de la lucha: botín de guerra, mujeres, Tequila.

En el año 1910, Pancho Villa decidió unirse con su “tropa” provisional ya poderosa al ejército de Francisco Indalecio Maderos, rebelándose contra el gobierno mexicano. Sin embargo, la intensidad de los sentimientos y motivos patrióticos de Pancho Villa era limitada y nunca alcanzó la intensidad de sus deseos materialistas. Cuando aparecieron de repente Pancho y su pandilla, en cualquier lugar y momento los banqueros abrieron inmediatamente y voluntariamente sus cámaras acorazadas, esperando que de esta manera salvaban por lo menos sus vidas. Pues, bien se sabía que cualquier resistencia contra los temidos “villistas” traería consigo muerte, ruina y masacres de venganza.

Entretanto, Pancho Villa ya se había convertido en un “héroe de los grandes titulares”, ya que el ex-esclavo con su brillante carrera de bandido se parecía a un "Robin Hood" quien solía saquear los palacios de los ricos y repartir el botín entre los pobres. El pueblo lo adoraba y esperaba con ansias el repartimiento de los bienes robados de otros.

La “carrera profesional” de Villa llegó a su cima un día de noviembre del año 1914 en la Ciudad de México. La entrada de Pancho Villa y sus "Dorados" en la capital era toda una marcha triunfal, la ciudad estaba adornada con banderas y había bandas de música, aplauso y júbilo por todas las partes. En el momento culminante, una caravana de coches se movió por las Avenidas de la capital, incluyendo la participación del presidente mexicano.
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Pero Pancho Villa nunca repartió el botín entero entre los pobres, siempre salvó la mayor parte para sí mismo y sus seguidores más fieles. Así que pronto surgió el problema de buscar un escondite seguro para guardar todas las riquezas acumuladas. Pancho Villa elaboró el siguiente procedimiento: En cada ciudad saqueada, mandó dejar con vida entre 8 y 10 policías que tuvieron que cargar las mulas con el botín, vigilados por Villa mismo. Después de subir a su caballo, dirigió aquella extraña caravana: el caudillo a caballo, los policías cautivos a pie, y las mulas cargadas de los tesoros. Nadie sabía a dónde iba a guiarlos el bandido carismático.

Lo único cierto era que Pancho Villa estaba buscando un escondite ideal para el botín.

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Y después de haberlo encontrado en alguna parte de la montaña, mandó a sus cautivos descargar las mulas y esconder los tesoros. Luego, cada uno de los policías cautivos tuvo que excavar un foso de unos 2 metros de largo y de aproximadamente 1 metro de profundidad. Pancho Villa, el pistolero inclemente, los mató a tiros, uno después del otro, y sus cuerpos cayeron en las sepulturas antes excavadas por ellos mismos. No hubo testigos de esos asesinatos ni consabidores que podrían haber encontrado luego el lugar del tesoro escondido. En el año 1924 encontraron algunas de las sepulturas, pero ninguna huella del tesoro.

Tan sólo una vez, el famoso bandido Pancho Villa llegó a estar en apuros. Considerando nulo y ridículo el precipitado reconocimiento diplomático del nuevo gobierno mexicano por parte de los EE UU, planificó una incursión hostil a territorio estadounidense y un saqueo de la ciudad Columbus, situado al otro lado de la frontera, en Nuevo México. En una noche de marzo del año 1916, Villas y sus seguidores saquearon la ciudad, secuestraron las mujeres y robaron los caballos y las armas de una tropa estadounidense. Después de ese desafío, el General John J. Pershing persiguió Pancho Villa durante meses, aunque sin éxito.

Unos años después, se tranquilizó la situación política en México y, una vez pasadas un par de las frecuentes revoluciones, el presidente Adolfo de la Huerta consiguió cierta estabilidad. Pero no logró aprisionar a Villa y tampoco vencer a sus seguidores en una batalla abierta, así que al final le propuso el siguiente acuerdo al “bandido invencible”: Adolfo de la Huerta le ofreció la provincia de Durango y una pension anual de unos 5.000.000 Pesos (entonces 2.500.000 Dólares). Pancho Villa estuvo contento e hizo las paces con el gobierno mexicano. Se retiró a Hacienda y disolvió su ejército personal.

Desde entonces comenzó sistemáticamente a “redescubrir” y sacar sus tesoros de los diversos escondites para juntarlo todo en una cueva oculta de la Sierra Madre zu bringen. Sólo se sabía que Villa hacía excursiones solitarias a la montaña, a veces durante varios días. Entretanto, Alvaro Obregón fue elegido presidente de México. Cuando el nuevo presidente Obregón había consolidado su posición, empezó a hacer planes para librarse de una vez de Pancho Villa. Mediante una emboscada organizada por la policía secreta, el gobierno mexicano mandó matar a tiros al famoso bandido. Era la tarde del día 20 de julio de 1923, cuando Pancho Villa murió en su coche, alcanzado por 47 balas de pistola. Pero guardó el secreto de su inmenso tesoro escondido en la Sierra Madre que en alguna cueva está aún esperando que alguien lo descubre.

Texto: Paul Huppertz

Traducción: Berthold Volberg


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