caiman.de 05/2003

Mexico: La Virgen de Guadalupe en el contexto mexicano de principios del tercer milenio

Guadalupe. La Guadalupana. La Virgen Morena. Santa María de Guadalupe. Reina de México. Emperatriz de las Américas. Nuestra Madre ...

Muchos son los nombres con los que los mexicanos - y una buena parte del orbe católico - han llamado a la milagrosa imagen que, según la tradición, apareció estampada sobre el ayate de un indio converso diez años después de lograda la Conquista española sobre la ciudad de México Tenochtitlán.

Los años coloniales
El culto que se le rindió comenzó a tomar forma de manera consistente durante el siglo XVII, según coinciden numerosos estudiosos del tema. Durante los años coloniales, el fervor hacia la Virgen de Guadalupe fue creciendo y pasó de ser un culto netamente indígena a una devoción criolla - esto es, para los españoles nacidos en América - y fue así que su imagen se convirtió en el estandarte de la alteridad entre la España europea y la Nueva España americana.

Dado que la realidad novohispana se encontraba permeada por la fe católica, "tal vez era de esperarse que el fervor patriótico se expresara en términos históricos y religiosos" (D. Brading, pág. 26), y se llevaron a cabo esfuerzos conjuntos entre la Iglesia y la Corona española para lograr afianzar, como lo mandaban los estatutos postridentinos, la veneración hacia las imágenes y la exaltación de los santos en las naciones fieles a Roma como España y, por ende, en sus virreinatos. Estos afanes se llevaron a cabo con éxito, mas, para ser justos, el crédito se tendrá que repartir entre ambos poderes mencionados, junto con el manifiesto anhelo de algunos hombres novohispanos por lograr, a través de la imagen de la Guadalupana, una incipiente diferenciación ‘nacional’ frente a la metrópoli hispánica.

Así las cosas, la Virgen de Guadalupe se convirtió en ‘el’ estandarte enarbolado por una colonia que se enorgullecía de que, en su propio territorio y como muestra de elección divina, se hubiera llevado a cabo tal portento celestial. La ‘nación’ mexicana, la ‘primavera indiana’ (véase Carlos de Sigüenza y Góngora) florecía al mundo mostrando lo mejor de su pasado indígena y su lealtad hacia la iglesia post-tridentina, pero, más que nada, lo hacía con la certeza de que contaba con la benevolencia de la Madre de Dios y que a través de ella "[a] los indios sometidos se les obsequió la imagen dada a Juan Diego, ese ser humilde y obediente, que fue premiado con el honor de recibir la milagrosa floración de María Guadalupe; a los españoles, se les entregó un recuerdo de la herencia del culto extremeño traído por los primeros conquistadores. Los mestizos se identificaron con la Virgen morena, mientras que los criollos vieron en ella a la señora de los cielos que eligió a su patria como la sede de la milagrosa aparición." (Mayer)

En su gran mayoría, indios y mestizos, españoles y criollos, se vieron cobijados bajo el manto de la Guadalupana y se sintieron adoptados por ella como su ‘madre’. La frase acuñada por el apologeta guadalupano Francisco de Florencia en 1688: "Non fecit taliter omni natione" (no hizo cosa igual con ninguna otra nación), se quedaría grabada en el devenir histórico nacional, incluso después de concluida la etapa virreinal.

La situación actual
No en balde, para los primeros años del México independiente, y justo en los tiempos cuando se intentaba romper con todos los lazos que habían unido a México con España, uno de los pocos símbolos - y, sin embargo, el más fuerte y consistente - que sobrevivió fue el de la Virgen de Guadalupe.

Mas, ¿qué significa la venerada imagen para el mexicano actual, quien se encuentra inmerso en la globalización sin haber salido aún de sus miserias económicas ni haber terminado de digerir su propia historia, compleja y, en ocasiones, dolorosa? Sin duda, lo expresado líneas arriba de forma muy esquemática servirá para explicar la situación presente respecto al culto. Nuestra respuesta no pretende ser determinante, pero sí podemos afirmar que se pueden apreciar los siguientes rasgos en la actualidad:

Para empezar, la fama e influencia de la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe enraizaron fuertemente en el suelo mexicano, mas también lo han trascendido ya, y han cruzado las fronteras hasta llegar a establecerse en altares que portan su imagen en iglesias de Viena, París, o bien, de Corea del Sur o Kenya. En Estados Unidos, miembros de la comunidad México-Norteamericana tatúan su imagen en sus espaldas o brazos o bien, la dibujan en ‘graffitti’ en las paredes como un signo distintivo frente a la realidad angloparlante que los circunda. De igual forma, la población católica 'anglosajona' de los Estados Unidos ya ha aceptado este culto dentro de sus parroquias.

A lo largo de toda la República Mexicana taxistas, mecánicos, obreros, etc., comienzan su día con una plegaria a la ‘madrecita’. Pocas son las iglesias que no cuentan con una imagen o un altar - ya sea lateral o principal - con esta advocación mariana. Por las calles de las ciudades se observan pequeños nichos, restos sin duda de tradiciones prehispánicas, que resguardan una imagen de bulto de la Virgen Morena y que se encuentran cubiertas de papeles de colores, lo que les otorga un toque polícromo, muy del gusto del mexicano.

Sindicatos de obreros o de trabajadores realizan, cada año, una peregrinación de rigor a la Villa de Guadalupe, aun y trabajando en organizaciones laicas o, de plano, francamente ateas, como ciertos partidos políticos, que constitucionalmente se consideran ajenos a cualquier manifestación religiosa.

Asimismo, todo tipo de comunidades organizadas y personas que asisten por cuenta propia, llegan diariamente a rezarle con una fe y en una cantidad tal, que a este santuario se le considera el segundo más visitado por los fieles cristianos, después del de San Pedro, en la Ciudad Eterna.

Los días 12 de diciembre en que se rememoran las apariciones, el atrio de la Basílica donde se resguarda la imagen se convierte en el cenit de las fiestas en México: etnias indígenas, peregrinos, mestizos, blancos, artistas populares de la televisión, mariachis, danzantes con vestiduras prehispánicas y tintes barrocos, hombres, mujeres y niños se reúnen para danzar y cantar en honor de la Virgen Morena.

Ya en 1884 el liberal mexicano Ignacio Manuel Altamirano escribía que "positivamente, el que quiera ver y estudiar un cuadro auténtico de la vida mexicana, el que quiera conocer una de las tradiciones más constantes de nuestro pueblo, no tiene más que [ir a la Villa de Guadalupe un 12 de diciembre]. Es la ciudad de México entera que se traslada al pie del santuario, desde la mañana hasta la tarde, formando una muchedumbre confusa, revuelta, abigarrada, pintoresca, pero difícil de describir."

Los antropólogos han intentado explicar este fenómeno social, sobre todo, en los terrenos de la llamada ‘religiosidad popular’; empero, el término en sí resulta un tanto parcial al momento de describir esta compleja realidad. Y es que no sólo las capas de menos recursos son devotas de la imagen, sino que la devoción trasciende los estratos sociales de forma vertical y horizontal, y se mueve en ellos con igual facilidad. Esto es algo curioso del espectáculo que se ofrece ante la vista del visitante a la Basílica de Guadalupe: la mezcla de personas, de estratos sociales, de realidades distintas unidas por la misma fe.

La Virgen y la vida cotidiana
Pero, el fenómeno guadalupano tampoco ha escapado del proceso de secularización de la sociedad. Esto, aunado al hecho de que a la vez se encuentra fuertemente arraigado en la vida del mexicano, trae como consecuencia que algunos grupos de personas se consideren a sí mismos fuera de la jurisdicción de la iglesia católica, mas se precien de continuar siendo "guadalupanos". Ya lo decía un escritor dramático en 1965: "En una palabra, para el mexicano la Virgen de Guadalupe es tridimensional. No la discute ni la analiza, porque la respira y la siente en él". (Rodolfo Usigli, Corona de luz).

La figura de la Virgen como ejemplo de vida para la mujer ha marcado fuertemente las directrices sociales en México. Mas, a diferencia de lo que comúnmente se cree en cuanto a la sumisión desmedida y obediencia sin réplica frente al varón, grupos feministas católicos influenciados, en mucho, por teólogas norteamericanas, algunas ideas de la Teología de la Liberación y del Concilio Vaticano II, han intentado rescatar la imagen de la Virgen de Guadalupe como "el rostro femenino de Dios": o sea, es ella la elegida por Dios el cual, a través de los atributos de esta mujer - como la ternura, la paciencia, la maternidad - se manifiesta frente a los seres humanos.

La imagen masculina del padre en algunos hogares se tiene por distante y como la de la última palabra. La de la madre, en cambio, que cría a los niños y ve por ellos la mayor parte del tiempo, hace que la identificación se vuelque más claramente, en este caso, hacia la Virgen de Guadalupe, la ‘madre de los mexicanos’, más que hacia Dios ‘Padre’, cuyo modelo, como el de los varones en muchos hogares mexicanos de todas clases sociales, se ve, y se siente, todavía hoy, más lejano.

Ahora bien, ¿qué formas muestra la adoración actualmente? ¿Depende en alguna manera del estrato social al que se pertenezca? La respuesta a la primera pregunta se da en dos ámbitos: el público y el privado. En el público, las manifestaciones devocionales beben su origen en la etapa colonial, sobre todo, en el 'barroco' (siglos XVII y XVIII), en donde se exaltó la movilización de los sentidos en aras de lograr un sentimiento de apropiación del culto y de pertenencia a él. La gente continúa, hoy día, arribando a la Basílica con alguna forma de sacrificio, ya sea físico, ya espiritual. No es difícil divisar a alguien que venga caminando con las rodillas ensangrentadas ayudado por sus familiares, cumpliendo con una 'manda' - una promesa hecha a la Virgen de Guadalupe que conlleva un sacrificio en agradecimiento a un favor otorgado.

La idea del sacrificio - en el ejemplo anterior, público y físico - se asemeja al caminar por el ‘valle de lágrimas’, que es la vida misma, con el premio o recompensa final: el ‘Cielo’ o, en este caso, la llegada a la morada de la divinidad, la Iglesia.

En el ámbito privado, el rezo del Rosario, las plegarias en silencio frente a los altares domésticos o eclesiales y las formas personales de devoción, son los modos más comunes de implorar o de agradecer a la ‘Virgencita’. Situación muy común resultan las promesas para dejar de beber, por ejemplo. Es frecuente encontrar personas que ofrendan abandonar este hábito fijándose como fecha límite, casi siempre, el día 12 de Diciembre; tal vez esta imploración se haga con una especie de ‘trueque’. Esto es como decirle a la Virgen: "Si me das trabajo, dejo de beber". Sin embargo, penetrar en los terrenos de la fe personal resultaría demasiado arriesgado, mas de igual forma sería el negar que la gente implora por muchas otras causas y de una manera sincera.

Los estratos sociales medios o de mayores recursos no acostumbran las formas públicas de sacrificio, aunque esta aseveración no pretende ser ‘tabula rasa’. Obvio resulta advertir que los rosarios, imágenes, ‘estampitas’ - bastante comunes, por cierto - y demás objetos devocionales que se adquieren de la Virgen de Guadalupe cambian de calidad dependiendo su precio y su factura.

Un ejemplo muy claro de lo que significa la Virgen de Guadalupe para el mexicano actual se dio en el año de 1999, cuando una asociación civil (FUNDICE. Identidad, Cultura y Educación, A. C.) organizó una peregrinación nacional - visitando incluso algunas comunidades mexicanas del sur de los Estados Unidos - con la primera imagen digitalizada en computadora del famoso ‘ayate’ (túnica) del indio Juan Diego, en donde se estampó la imagen divina en 1531, según cuenta la tradición.

La gira de la ‘Virgen peregrina’duró un año para que su término coincidiera con el inicio de la celebración católica del Jubileo del año 2000. En ella, la imagen, bendecida por el Papa Juan Pablo II en su último viaje a México, atrajo a miles de personas dondequiera que se presentara. Fe, devoción, curiosidad, fueron algunos factores que se unieron en ese año de festejos y que se magnificaron al paso de la figura de la Virgen. Asimismo, se notaron las diferentes manifestaciones folclóricas y culturales de cada región del país: del norte tarahumara y árido, al sur tzotzil de las selvas chiapanecas.

La Virgen: estandarte nacional
La imagen, entonces, continúa teniendo un valor vigente, ya sea dentro del ámbito católico, o bien, fuera de él. No obstante, su connotación religiosa y metafísica no se ha desvanecido, y eso, en un mundo laicizado, indiferente o más bien agnóstico resulta increíble, en el mejor de los casos. En el peor, permanece con un pesado estigma supersticioso, lastre difícil de desprender y, a la vez, de dilucidar frente a lo dictaminado y permitido por la ortodoxia eclesial.

Para finalizar, daremos respuesta a la pregunta que nos hicimos al principio de este artículo: ¿qué significa la Virgen de Guadalupe para el mexicano de principios de siglo XXI? Ella, como desde hace cientos de años, continúa personificando su protección. Más aún, es el estandarte nacional, su esperanza, resignación, alivio, ternura, paz, 'identidad'. La imagen de la Guadalupana, a diferencia de otras advocaciones marianas que han aparecido y luego se han desvanecido, se plasmó en una tilma. La diferencia de que ésta 'si se quedó' de forma física le proporciona seguridad al mexicano cada vez que inicia su día con una plegaria a la ‘madre’ porque él está seguro que ella lo escucha y lo protege.

Texto: Cristina Camacho de la Torre

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