[art_1] España: Baluarte del Barroco: La sevillana Iglesia del Salvador

Tan sólo a un par de metros de distancia de la Calle Sierpes por donde suelen caminar todos los turistas que llegan a Sevilla, se encuentra una iglesia que la mayoría de los visitantes no llegan a conocer – sea por un programa demasiadamente apretado o sea porque ya se pierden entre el sinfin de monumentos que les ofrece Sevilla. Se pierden la Plaza del Salvador, una de las más bellas de la ciudad y el secreto corazón de Sevilla.

Y sin saberlo renuncian a ver el templo sevillano más grandioso después de la catedral: la Iglesia del Divino Salvador. No importa que uno ande como un sonámbulo, quizás impresionado todavía por la monumentalidad de la catedral recién visitada o – si es verano – refugiándose del sol inclemente para andar por callejas cubiertas de toldos. Entrando en la Plaza del Salvador, cada visitante queda fascinado por el encanto andaluz y la armonía arquitectónica de esa Plaza. Parcialmente poblado de naranjos, ese foro está enmarcado por dos templos barrocos: la Iglesia del Hospital de San Juan de Dios con fachada plateresca y dos torres añadidas en el Siglo XVII y la más bien austera, pero majestuosa fachada de la Colegiata del Salvador.

Al lado de la escalera que lleva al portal principal de la iglesia se encuentra un monumento al gran escultor Juan Martínez Montañés (1568 – 1649), el „Miguel Ángel español“. Y con toda la razón, porque en esta iglesiarecibe culto uno de sus obras cumbres, la estatua de „Jesús de la Pasión“ (1615).


El exterior del templo parece casi sencillo, la fachada de ladrillo rojo muestra sorprendentemente poca decoración y al principio se buscará en vano una torre o espadaña. Luego se descubrirá la torre en el otro lado del patio – como en tantos casos en Sevilla se trata de un antiguo alminar con campanario añadido después.

La Iglesia del Salvador tiene unas características peculiares, pero a la vez también reúne rasgos típicos de un edificio sagrado sevillano. En total, es un complejo arquitectónico heterogéneo que como tantos otros en Andalucía combina elementos de varias épocas y religiones. Lo más antiguo del conjunto serán unos arcos visigodos que se conservan en el Patio. Luego hay restos de la antigua mezquita de Ibn Adabbas del Siglo IX que fueron integrados, como el arranque del alminar y parte del Patio (minetras que el campanario añadido ya es del Barroco). En el lado izquierdo del patio está la diminuta Capilla del Cristo de los Desamparados, una muestra del estilo rococó de principios del Siglo XVIII de influencia portuguesa: el interior está completamente cubierto de azulejos de matices blancos y azules. A la sombra gigante de la iglesia más grande de Sevilla, esa capillita casi „desaparece“ y resulta difícil de descubrir, ya que sólo tiene acceso por el Patio. Por su tamaño extraordinario, El Salvador también se llama „segunda catedral“ de Sevilla. En efecto, estamos ante el templo más ambicioso e importante que fue construído en la capital andaluza después de la catedral. Sólo hay que considerar el lugar „selecto“: aquí mismo ya había estado la curia romana de Hispalis y la Mezquita Mayor de Ischbilia (Ibn Adabbas, cuyos restos se están excavando ahora dentro de la iglesia). La construcción del inmenso templo barroco comenzó en 1671, pero las obras avanzaron muy lentamente, hasta que Leonardo de Figueroa, el arquitecto más importante del Barroco sevillano, se hizo cargo de la dirección en 1699, terminándolas en el año 1712. Al contemplar la fachada principal y el exterior, uno puede llegar a la conclusión que el gran Figueroa „se equivocó del siglo“.

Pues, a pesar de que esa basílica se haya construído principalmente a principios del Siglo XVIII (y la decoración del interior no se haya concluído hasta 1779), el templo se presenta con todos los rasgos de una basílica manieristade finales del Siglo XVI/ principios del XVII y no como monumento del Barroco tardío. ¿A qué se debe esa construcción sorprendentemente arcaizante?



Cristo de la Humildad, anonimo del siglo XVII

Ese templo singular se planificó y construyó en una éopca de decadencia y depresión económica, porque a finales del Siglo XVII, después del auge económico del XVI – en el que las fuentes de oro y plata de América no parecían agotarse nunca – y al terminar el Siglo de Oro de las Bellas Artes de Sevilla, después de pasar por catástrofes horribles como la gran peste de 1649 que mató la mitad de la población y después de de la muerte de los genios Murillo, Martínez Montañés, Roldán y Valdés Leal, el escenario suntuoso de Sevilla se había oscurecido para representar escenas trágicas y hasta apocalípticas. Lo que había sido la radiante metróploi europea del comercio y de las artes, se convirtió en una ciudad que tenía que que acostumbrarse a la crisi económica, una ciudad llena de dudas y problemas fundamentales. Después de dos siglos de esplendor, Sevilla perdió definitivamente su protagonismo en el Gran Teatro del Mundo.

Las riquezas procedentes de Américano se invertaron en Sevilla, sino se desvanecieron en las Bolsas y Bancos de Amberes y Génova. El oro que quedó en la capital andaluza, lo utilizaron antes que todo para dorar inmensos retablos y „Pasos“ y para crear coronas para las Vírgenes – contribuyendo así en convertor el Siglo XVII verdaderamente en el Siglo de Oro.

Pero hay que preguntarse por qué en aquella situación de crisis construyeron el templo del Salvador en aquel estilo arcaizanteque se inspiró en el modelo de la primera basílica barroca - Il Gesu en Roma – mientras que a principios del Siglo XVIII ya eran de moda templos dominados por cúpulas gigantes o pequeñas iglesias estilo rococó. Un motivo para la construcción de la Iglesia del Salvador era la obstinación, ya que el retorno demostrativo a la época del máximo esplendor y poder de Sevilla (finales del XVI, principios XVII) era como evocar de nuevo aquel momento histórico del triunfo, como detener el transcurso del tiempo.



Alminar con campanario cristiano
Esa intención donde más claramente se manifiesta es en los tres retablos gigantes del Salvador. Mientras que las obras arquitectónicas del templo se terminaron en 1712, la decoración interior tardó en concluirse y dos de los tres retablos más grandes no se acabaron hasta 1779 por el escultor de origen portugués Cayetano de Acosta: el Retablo Mayor y el Retablo del Sagrario.

Un año después de terminar las obras, muere Acosta, el últim o maestro del Barroco en Sevilla. Pero su gran obra sigue fascinando a cada visitante. Al entrar en el templo, el Retablo Mayor atrae a todas las miradas – por su tamaño y unos 18 metros de altura y por su brillo de oro.


Es que su efecto en la impresión del observador es inmediato: no hay, como en la catedral, coro o reja en medio como obstáculo de la contemplación, sino cada visitante puede acercarse para contemplar y perderse en ese „teatro sacro“, en esa montaña compuesta por ángeles, santos, columnas y volutas. Y cuando de repente se ilumina, ese Retablo Mayor gigantesco parece todo de oro y brilla tanto que manda su luz hasta todos los rincones del templo. Resulta difícil apartar la mirada. Posiblemente, sólo un hombre creyente y además aficionado del arte barroco puede sentir la magia de ese monumento de la fe. Pero el efecto del retablo no se debe sim plemente a su enorme tamaño o al brillo del oro, sino a su programa iconográfico. Tan sólo una década antes de la Revolución Francesa, en el resto de Europa ya se estaba imponiendo la Ilustración más o menos atea y junto a ella el neoclasicismo frío y austero, o todavía estaba resistiendo la decadencia vacía de la moda rococó, pero aquí en Sevilla , en los grandes retablos como en las de la Iglesia del Salvador, intentaron por última vez propagar el concepto global del catolicismo, la visión de una creación bien ordenada de Dios y llena de armonía celestial.

Naturalmente, hay innumerables representaciones de la Santísima Trinidad en la iconografía cristiana, pero muy pocas tan dramáticas y espectaculares como aquí. En un pedestal de mármol rojo se eleva ese credo de estilo churrigueresco: elaborado de madera de cedro dorada y coronada por un diadema de vidirieras del azul más profundo. Esa luz azulada rompe la piedra oscura de la cúpula e ilumina partes del retablocomo una lejana pero cierta promesa del Cielo la que no hay que poner en duda. En el centro de la luciente iconografía, flanqueado por columnas corínticas está el Salvador dentro de una concha inmensa – símbolo de la vida y del eterno renacimiento – y alza su brazo derecho en un gesto de bendición, pero también de triunfo. Encima de Cristo se puede descubrir una corona gigantesca y más arriba se encuentra Dios Padre en su trono rodeado de rayos dorados y en la cima de toda esta montaña resplandeciente está la paloma del Espíritu Santo.

No sólo estamos ante el último gran retablo barroco de Sevilla, sino contemplamos en él un último esfuerzo de la Contrarreforma para evocar mediante el arte – y contra la corriente de aquella época – el gran Teatro barroco del Mundosegún el orden divino. Al mismo tiempo, en la Colegiata del Salvador se manifiesta la voluntad orgullosa de los donantes, las familias patricias de Sevilla , hacer resuscitar en aquel momento de crisis no sólo a Jesús, sino también la época más esplendorosa de su ciudad.


Con la luz dorada que emana del Retablo Mayor querían disipar los fantasmas del temor y de la duda que que amenazaron la armonía del mundo barroco en Sevilla: la „herejía francesa“, catástrofes y el derrumbamiento económico después de la pérdida del monopolio del comercio de las Américas.

Tan sólo para financiar las obras del Retablo Mayor se gastaron la inmensa suma de 1.277.390 Reales (lo que equivaldría más o menos a 10 millones de Euros). Con ese esfuerzo, la aristocracia sevillana intentó evocar el glorioso pasadode la Roma española, la Sevilla que era Bolsa del comercio de las Indias y centro de las Bellas Artes. Esos triunfos del pasado renacieron en las imágenes y esculturas de los retablos del Salvador – como renacen cada año durante las procesiones increíbles de la sevillana Semana Santa.

Por ello, el templo del Salvador fue construído en un estilo relativamente arcaizante. Los constructores y donantes fracasaron en su intento de „retornar“ un siglo y ahora algunos cínicos mantendrán que esta Iglesia constituye un „Monumento de vanidad fracaso“. Pero es un monumento que evoca el Siglo de Oro y es un canto de cisne de la época más orgullosa de arquitectura y escultura europeas. Y el visitante del Siglo XXI queda boquiabierto ante el legado de esa montaña dorada de ángeles.

Texto + Fotos: Berthold Volberg

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