[art_3] México: Baja California - Parte 2 [Parte 1]
Mil millas hasta el final del mundo

A nivel del paralelo veintiocho un imponente puesto militar marca el final de la parte norteña de la baja y el comienzo de la parte sureña. El viaje sigue hacia el sur-oeste, por lo cual también cambia el horario y tengo que adelantar mi reloj una hora.

Directamente atrás de la frontera se encuentra Guerrero Negro, denominado así por un buque ballenero naufragado originario de Massachusetts. Es una ciudad industrial poco atractiva construida con la única funcionales es brindar un hogar a los trabajadores de la Exportadora de Sal, una fabrica que extrae sal marina. Sin embargo entre diciembre y abril puede valer la pena una visita. Durante este lapso las ballenas grises dan a luz en la cercana laguna Ojo de Liebre - también llamada Scammon´s Lagoon (llamada así por el primer capitán del siglo 19 que cazo ballenas allí).

Por mas o menos 40 $ se puede contratar un panguero (dueño de una panga, un velero pequeño) para dar un paseo por la laguna, con un poco de suerte puede ver o hasta acariciar a una ballena gris recien.

De tras de Guerrero Negro la carretera Transpeninsular lleva derechito al sur-oeste. Este trecho del viaje lleva a través del Desierto de Vinzcaíno y es largo y agotador. En repetidas ocasiones la carretera se cubre de polvo y de vez en cuando algún arbusto seco la atraviesa azotado por el viento. La tierra es llana hasta donde alcanza la vista. En la distancia borrosa giran pequeños remolinos que desaparecen después de unos minutos en la nada. Cada par de kilómetros se me acerca un solitario y viejo pick up del sentido opuesto. Comienzo a entender el sentido de las palabras de Glenn Frey cuando cantaba para los Eagles en Take it Easy: "Don’t let the sound of your own wheels drive you crazy."

Finalmente se sube a unas montañas alrededor del oasis de San Ignacio y después de otra hora mas de recorrido se vislumbra por primera vez de tras de una curva el mar de Cortés, el estrecho golfo que separa la península de la tierra firme mexicana. El color del agua no se parece al que vimos en Ensenada, tal vez debido a que el golfo carece de corrientes y yace casi sin movimiento en su lugar. El tono es un azul caluroso que en contraste con la costa rojiza tiende a un color verdoso. Un grupo de pelicanos planean sobre el mar y ordenadamente uno de tras del otro acomodan las alas pegadas al cuerpo para tirarse de picada al agua. El mar Cortés es conocido por su riqueza pecera y por ello es un paraíso para buceadores y un destino preferido de los pelicanos.

La Carretera Transpeninsular bordea la costa y llega pronto a un pequeño poblado Mulegé, después del largo y árido trayecto por el desierto esto parece ser un paraíso tropical. Miles de manglares y palmeras se apiñan alrededor de un río.

Visito la muy bien restaurada Misión Santa Rosalía y me deleito con una taza de café tan fuerte que casi hay que masticarlo.

Despues concontinúo mi camino ya que hasta Loreto quedan todavía dos horas de carretera. Aunque ya es tarde no puedo resistir la increíble vista de una de las playas con largas dunas de arena blanca que se abren camino desde pequeñas bahías hasta el agua y abandono el camino.

En la playa me encuentro con June y Bruce, que están sentados en sillas plegables en una improvisada terraza delante de un micro bus de General Motors. Bruce grita algo que suena como: "¿Hey, gringo, how’s California doin’?". Obviamente vio mi placa.

"Last time I checked it was doin’ fine", digo yo, mientras me les acerco a los dos.
"¿Didn’t check too hard, did ya?", pregunta June.

Iniciamos una conversación. June me ofrece una lata de cerveza Tecate. Ella lleva una cadena de piedras semipreciosas alrededor del cuello y trae su cabello rubio claro amarrado hacia atrás con un pañuelo estilo pirata. Me cuenta que se gana la vida con masajes terapéuticos en Venice Beach. Bruce lleva shorts y una desteñida camiseta militar es obvio que ha tratado de parecer en la medida de lo posible (es un gringo de los suburbios de Los Angeles en los cuarentón su completa facha lo mas posible a Bob. A mi pregunta sobre su devenir profesional me contesta: "I live off the fat of the land", lo que en resumidas cuentas significa que las preocupaciones se las ha dejado por completo a Dios.

Los dos me invitan a cenar. Mientras dos pescados Brown Rockfish que Bruce pesco desde su barco son asados en una parrilla sobre las brasa de carbón y distribuyen un olor deliciosos que abre el apetito, June cuenta que Bruce y ella vienen desde hace años tan seguido como pueden a la Baja. Ella es asmática y Bruce participo en 1993 del Desert Storm y padece desde entonces del así llamado Gulf War-syndrome.

"LA is killing us both", dice de manera sobria mientras voltea el pescado.
"¿Why do you stay?"
"¿I don’t, do I?"
June alza los hombros. "It might be smog central, but it’s home."

El pescado sabe excelente y Bruce no ahorro ajo. Gracias a Dios que no tengo ningún compromiso social esta noche. De repente tengo que bostezar. June dice que ellos tienen otro Sleeping Bag por si quiero pasar la noche en la playa, pero no quiero prescindir de una cómoda cama y una larga ducha despues del largo trayecto. Me despido y les doy las gracias y les que no olviden por completo "the good ole US of A" en estas latitudes. "Fat chance", sonríe June. Mientras regreso caminando a mi carro Bruce me grita "¡Que te vaya bien!" en español y no olvida agregar "¡Gringo!".

En los últimos 50 kilómetros de carretera que ya esta en las penumbras no puedo esquivar unos cuantos baches pero mi cama me recompensa, valió la pena.

En la mañana visito la alcaldía de Loreto y la famosa misión de la cual inicio la toma de tierras de los Patres y Rancheros.

He llegado al histórico punto de partida de California Mientras camino por los jardines del monasterio y observo la multitud de lagartijas asoleandose sobre las piedras me pregunto si los piadosos monjes se pudieron imaginar entonces en sus peores pesadilla lo que el mundo llegaría a asociar a la palabra California. El glamoroso Hollywood y las estrellas de, belleza y hedonismo, carreteras con diez carriles y dinero rápido. Lo podrían haber presentido. En 1510 el escritor español Garci Rodríguez de Montalva describió en una parte de su Amadis de Gaula un paraíso fabuloso, lleno de riqueza y muy terrestre en el cual gobernaba la divina reina Calafia.

La reina Calafia fue la madrina cuando California obtuvo su nombre y de muchas maneras ha triunfado su nombre y no el de los hombres que se hicieron cargo de misionar ateos en estas tierras.

La búsqueda de pistas históricas parece haber acabado pero yo aun tengo un largo trecho que recorrer. La carretera lleva de Loreto de regreso al este y hacia el sur a través de las planas tierras agrarias alrededor de la Ciudad Insurgentes y Ciudad Constitución, donde son sembradas hortalizas para el mercado mexicano y US-americano con tremendos pipelines. El camino sigue a través del desierto en dirección a La Paz, que fue originalmente el centro de la pesca de perlas en la Baja. Hoy en día La Paz es una ciudad universitaria con fuertes lazos económicos y turísticos con la tierra firme mexicana. Muchos de los visitantes del malecón son mexicanos que habitan en la tierra firme y se relajan unos días disfrutando de la ciudad. Hago una parada y saboreo un plato de ceviche.

La lengua de tierra que se anexa al sur de La Paz tiene en común con el norte varias cosas: tiene una densa civilización y el turismo esta dirigida a extranjeros con buena capacidad económica.

La Carretera Transpeninsular que llega hasta Cabo San Lucas y la Mex 19, que regresa a la orilla del pacifico hasta La Paz atravesando la meseta de la Sierra de la Laguna, parecen un lazo. El recorrido es un viaje interésante para un día. Al pasar a lo largo de la costa residenciales entre San José del Cabo y Cabo San Lucas, se puede imaginar estar en la Côte d’Azur, si no fuera por los rótulos que propagan la pesca de Marlins. Par aquellos que no tienen interés en la pesca de un pez espada de 500 libras puede descansar a la orilla de la piscina de algún hotel de lujo, puede practicar el kite-surfing o tratar de mejorar su handicap en alguno de los numerosos campos de golf.

Llego a Cabo San Lucas al anochecer. La ciudad esta llena de turistas de origen estadounidenses o asiáticos. Huele a dinero. El puerto esta repleto de yates blancos impresionantes y las calles desbordan de carros deportivos carros alemanes conducidos por gente vestida de manera muy elegante.

Camino por las playas de arena amarilla. Delante de mi se une el mar de Cortés y el océano pacifico para formar una masa de agua infinita. El siguiente país en dirección sur es la Antártida.

Mientras la puesta del sol tiñe el mar de rojo, me doy vuelta y miro hacia el norte. Para el trayecto de regreso me quedan aun algunos lugares de interés por ejemplo: Santa Rosalía, construida completamente en estilo colonial francés o las pinturas prehistóricas en grutas cerca de El Rosario. En cuatro días estaré de regreso en el Golden State, el estado estadounidense California.

Por un momento pienso que aquello no es la verdadera California sino que solo la Alta California. Tampoco en el Cabo San Lucas esta la verdadera California, ella se encuentra entre las dos.

Nota: Para quien visite la Baja y sea de habla ingles es imprescindible leer el poema de amor a la península de Bruce Bergers, Almost an Island (University of Arizona Press, 1998). El autor visito y descubrio Baja California durante casi tres décadas y escribe con conocimiento y entusiasmo sobre la gente y la tierra como ningún otro y como verdadera fanático.

Texto + Fotos: Martin Rosenstock
Traducción: Camila Uzquiano