[art_4] España: Borges y Cervantes: encuentros y desencuentros

En Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset afirmó que "toda novela contiene al Quijote en su interior como una marca de aguas". Desde luego, la afirmación peca de exageración; no obstante, la alargada sombra del Quijote se extiende sobre incontables obras literarias. En la literatura latinoamericana, por supuesto, el Quijote ha impreso su huella. Ya sea de manera sutil o evidente, la influencia cervantina se observa en un sinfín de escritores y obras provenientes de esta porción del continente Americano. La lista sería largísima de ennumerar, pero podríamos mencionar algunos títulos como Bras Cubas de Machado de Asís, Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, Terra Nostra de Carlos Fuentes o algunas piezas literarias de Borges. No sólo el Quijote ha sido un menú de temas y recursos literarios de los que se han servido incontables de narradores latinoamericanos, sino que los protagonistas de la novela, y también su autor, han sido una fructífera musa para la poesía. Algunos de estos poemas son: "Sueña Alonso Quijano" de Borges, "Un soneto a Cervantes" de Rubén Darío y "La Dulcinea de Marcel Duchamp" de Octavio Paz.

Centrémonos ahora en la relación literaria de Borges con el novelista español. El encuentro del cuentista bonaerense con el Quijote sucedió a muy temprana edad: a los 8 años lee la novela cervantina en inglés (El acontecimiento mismo ya refleja la precocidad del futuro escritor.) En este año, inspirado en un episodio del Quijote, escribe el relato "La vícera fatal".

En 1928, poco antes de cumplir 30 años, Borges publica el libro de ensayos El idioma de los argentinos. En este volumen, que junto con Inquisiciones (1925) y El tamaño de mi esperanza (1926) conforma la ahora famosa "trilogía" de la que el Borges mayor tanto se empeñó (infructuosamente) en desterrar de su producción literaria, se encuentra "La conducta novelística de Cervantes", ensayo en el que se observa ese Borges joven e irreverente, que no teme enfrentarse a las mayores figuras de la literatura mundial, como lo es Cervantes o Quevedo. El Quijote, por supuesto, no se salva de sus duras críticas, aunque también es digno de sus elogios.

Cuando finalizaba el año 1938, Borges se golpeó la cabeza con el borde de una ventana abierta. Tras el accidente fue hospitalizado; los médicos llegaron a pensar que podría morirse de septicemia. Como bien sabemos, Borges sobrevivió al accidente. Pero el escritor pensó que, a raíz del golpe, sus capacidades mentales podrían haber menguado. Así, decidió escribir un cuento para demostrar si el accidente le había o no arrebatado su talento. El resultado fue "Pierre Menard, autor del Quijote", publicado por primera vez en 1939, en la revista argentina Sur, relato que después pasaría a formar parte de Ficciones (1944).

La relación de Borges y Cervantes continúa: en 1952 publica Otras inquisiciones, recopilación de breves ensayos que contiene "Migajas parciales del Quijote", donde en un par de páginas realiza una magistral interpretación del Quijote. Más tarde aparece en El Hacedor (1960) la "Parábola de Cervantes y del Quijote". Ocho años después pronuncia en inglés, en la Universidad de Texas, la conferencia titulada "Mi entrañable señor Cervantes". El autor de El Aleph termina su lectura con unas palabras que no dejan duda de la importancia de la novela inmortal de Cervantes en su vida: "Siempre pienso que una de las cosas felices que me han ocurrido en la vida es haber conocido a Don Quijote". Finalmente en El oro de los tigres (1972) publica el poema "Sueña Alonso Quijano".

Cervantes y el Quijote ocupan un lugar capital en la vida, tanto literaria como personal, de Borges. Sin embargo, esta relación no es estable: va sufriendo cambios a lo largo del tiempo. En su juventud, deslumbrado por el barroquismo de los poetas del Siglo de Oro español, Borges era más quevedesco que cervantino, tendencia que se invierte con el transcurrir del tiempo. Poco después de recibir el máximo galardón de las letras hispánicas, el Premio Cervantes, declara en una entrevista: "Ahora me gusta más Cervantes [respecto a Quevedo], y esto no es una blasfemia.

Yo he admirado mucho a Quevedo, y lo admiro, pero en cambio, Cervantes y Alonso Quijano, que quiso ser don Quijote, y lo fue alguna vez, éstos son amigos personales míos. Es otra cosa, es una relación de amistad que no se establece nunca con Quevedo. Nadie se siente amigo de Quevedo, pero usted puede admirarlo".


Vayamos al célebre relato "Pierre Menard, autor del Quijote", en el que se alude explícitamente a la novela cervantina. El cuento versa sobre un escritor francés, Pierre Menard, que se propone escribir en español el Quijote. Menard, aclara el narrador, "No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote". Su propósito resulta más difícil que para el mismo Cervantes, porque Menard pretende, sin hacer una transcripción del original, que su Quijote coincida palabra por palabra con el de Cervantes. A través de esta ironía, el autor pone en tela de juicio la existencia del texto original. Recordemos lo que dice en "Kafka y sus precursores": "cada escritor [o lector, podríamos añadir] crea a sus precursores". Así, el Quijote, como cualquier obra literaria, es irrecuperable: ningún lector podrá leer el Quijote que "leyó" su autor, para ello tendríamos que ser Cervantes. En el relato, Borges alude al capítulo nueve del Quijote. Es precisamente aquí donde el lector de la novela descubre que no tiene acceso directo al original de la historia que lee, es decir, a la historia contada por el historiador Cide Hamete. Entre el original del Quijote y el texto traducido-reproducido que leemos se interponen dos obstáculos evidentes: uno de carácter linguístico —las posibles tergiversaciones de la traducción del árabe al castellano realizada por el mismo joven que le vende la historia al narrador-reproductor del Quijote—, y el otro: las posibles distorisiones de la verdad que podría haber cometido Cide Hamete al contar la historia, como señala el narrador-reproductor. Tanto Cervantes como Borges nos escamotean el original; sin embargo, el autor bonaerense lleva el juego aún más allá: el Quijote de Menard supone la desaparición casi completa del original, dado que éste "es una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros —tenues pero no indescifrabes— de la previa escritura de nuestro amigo", como afirma el narrador del cuento.

En el relato se cotejan dos fragmentos extraídos del capítulo noveno (primera parte) de los dos Quijotes: el de Menard y el de Cervantes (efectivamente, el pasaje citado está contenido en la novela cervantina, no es un invención borgeana). El extracto es el siguiente: "... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir". Antes de citar dos veces el mismo fragmento, nos dice el narrador: "El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico". ¿Por qué entonces el de Menard es "infinitamente más rico"? Borges extrema las interpretaciones de un texto idéntico quizás para enfatizar que cada lector se aproxima a la obra literaria desde un horizonte cultural e histórico distinto, el cual le hará extraer significados distintos. En este sentido, anticipa a los téoricos de la recepción más relativistas, como Stanley Fish, y lo expuesto por Hans-Georg Gadamer en Verdad y Método. La obra literaria, nos dice el filósofo alemán en este volúmen, no se agota con las intenciones del autor. Los lectores, que pertencen a contextos históricos y culturales distintos, extraerán significados diferentes de una misma obra, incluso ni siquiera previstos o vislumbrados por el autor.

Evidentemente, el pasaje cervantino citado por Borges no fue escogido al azar (él no parece dejar nada al azar): la primera parte de la cita ("... la verdad, cuya madre es la historia [...]") contiene el eje filosófico central del relato, el escepticismo característico del Borges mayor. Si la madre de la verdad es la historia, por ende no hay cabida para la Verdad, sino sólo para las múltiples verdades engendradas en el transcurso de la historia. A través del narrador, Borges reitera esta idea: "No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo —cuando no un párrafo o un nombre— de la historia de la filosofía".

En el Quijote, Cervantes juega mezclando la realidad con la ficción. En la novela vemos cómo él mismo y su obra pasan a formar parte de la ficción. En el capítulo 6 de la primera parte, entre los libros de Don Quijote que el barbero y el cura revisaban antes de echar al fuego, se encuentra La Galatea de Cervantes, de quien el cura se dice amigo: "Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos". En el capítulo 8, el relato se interrumpe: el narrador-reproductor no puede seguir contando la historia porque no ha hallado más escritos de las hazañas de Don Quijote. El narrador-reproductor entonces se da a la tarea de buscar el manuscrito, pues "no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que de este famoso caballero tratasen [...]". En el siguiente capítulo, el narrador-reproductor cuenta que en Alcaná de Toledo llegó un día un muchacho a venderle unos cartapacios y papeles viejos. Cuando el joven comienza a traducirle lo que decían aquellos papeles escritos en árabe, el narrador piensa que se trata de la historia del Don Quijote, cuestión que confirma cuando el muchacho lee el título: "Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador árabe". El narrador se lleva al joven a su casa para que le traduzca los cartapacios, quien en poco más de mes y medio cumple su cometido. De este modo, Cervantes introduce el Quijote en el Quijote. El entrelazamiento de la realidad con la ficción prosigue: en la segunda parte del Quijote nos enteramos de que los protagonistas han leído la primera parte. Mediante este recurso literario, Cervantes nos introduce en un juego que se podría prolongar teóricamente hasta el infinito: nosotros leemos el Quijote, en el que los personajes leen el Quijote, libro en el que a su vez los personajes leen el Quijote, y así sucesivamente.

Este recurso, nos dice Borges en "Migajas Parciales del Quijote", también se encuentra de algún modo, aunque aminorado, en Hamlet: en el drama se describe un escenario en el que se muestra una tragedia parecida (por eso el efecto se atenúa) a Hamlet. También lo hallamos en el Ramayana de Valmiki y en Las Mil y Una Noches. En este último libro, sucede que en una de las noches el rey escucha de Shehrezad su propia historia, es decir, la historia de Las Mil y Una Noches, lo que teóricamente impediría a Shehrezad terminar de contar su relato, porque éste se prolongaría hasta el infinito. Borges se pregunta por qué esto nos inquieta, y su hallazgo parece razonable:

"Creo haber dado con la causa: tales inversiones nos sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios".

Cervantes y Borges son los grandes maestros que difuminan los límites entre lo real y lo fantástico, entre la vigilia y el sueño. Pensemos en el relato "Tlön, Uqbar, Orbis Tetius". El planeta ficticio Tlön, producto de la fantasía de varios hombres, comienza amaterializarse e invadir misteriosamente el mundo real. En "Las ruinas circulares", Borges desvanece las fronteras entre el sueño y la realidad, y lanza al lector en un juego que podría prolongarse vertiginosamente hasta el infinito. En este relato, el protagonista se dedica durante algunos años a soñar a otro hombre con el propósito de volverlo tan real que ni él mismo pudiera percatarse de que fue el producto de su sueño. Después de crearlo, el protagonista mismo descubre horrorizado, al ver que el fuego no dañaba su cuerpo, que él también era un producto del sueño de otro ser, el cual a su vez podría ser el sueño de otro hombre, y así sucesivamente. El mismo juego literario aparece en "El Aleph", esfera homónima en la que es posible observar simultáneamente toda la realidad (temporal y espacialmente), lo que supone que el observador puede verse a sí mismo viendo el Aleph, y en este Aleph está a su vez él viendo el Aleph, y así ad infinitum.

Don Quijote, como un esquizofrénico, ve gigantes donde sólo hay molinos de viento, o ve un amenazador ejército donde sólo hay un rebaño de ovejas. En un episodio, Don Quijote observa una obra escenificada en un teatro de marionetas. Su penetración en la ficción de la obra llega a tal grado, que lo toma todo por real y no duda en hacer uso de su fuerza para enmendar injusticias, lo que culmina con la destrucción del escenario y las marionetas. Como vemos, Cervantes juega a confundir la realidad y la ficción, pero reconoce los límites entre ellas: Alonso Quijano finalmente descubre que Don Quijote no ha sido más que un "sueño" suyo producto de su locura. Borges no. Él dinamita las certezas del lector, altera y desvanece permanentemente las fronteras entre la realidad y la ficción. Borges, cuya única patria es el escepticismo, nos hace dudar completamente de la realidad, de la Verdad, nos deja inundados por la incertidumbre, preguntándonos si somos reales o productos de alguien que nos sueña.

Texto: José Antonio Salinas
Fotos: amazon.de

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