ed 06/2013 : caiman.de

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[art_4] España: El Greco: El entierro del conde Orgaz
 
Óleo sobre lienzo del Greco para la iglesia de Santo Tomé (Toledo) pintado entre 1586 y 1588 a petición del propio párroco de la iglesia.

El tema responde a lo estipulado en el contrato que realizaron el párroco y el pintor. La intención era conmemorar la figura de Don Gonzalo Ruiz, conde de Orgaz, muerto en 1323 y enterrado en una capilla de la iglesia que hizo reconstruir a sus expensas.

Según la leyenda, y como premio a sus numerosas obras de caridad, el conde, al morir, había sido enterrado por los propios San Esteban y San Agustín que habían aparecido milagrosamente en medio de la misa para asombro de los testigos que presencian el prodigio. Entre ellos, según análisis tradicionales, se encuentra una extensa colección de retratos de personalidades toledanas del momento, vistiendo a la moda de la época. El niño que, con un hachón encendido en la mano derecha, nos señala el milagro con la contraria, haciéndonos partícipes de él, es el hijo del Greco, Jorge Teothocopulos, que volverá a aparecer en otras representaciones más tardías (Plano y Vista de Toledo).

En la parte superior, y recogiendo ciertos modelos iconográficos típicos de Oriente, un ángel asciende con el alma del Conde para llevarla al Cielo, representado por Cristo al que flanquean la Virgen y San Juan Bautista (como intercesor), el Colegio Apostólico y miríadas de santos, ángeles y el propio Felipe II entre ellos.

En toda la obra existe una fuerte contraposición de tendencias, una naturalista (en la parte inferior) y otra desmesurada y visionaria (en la superior) que se terminará por imponer en la obra madura de el Greco.

La composición se articula de forma simétrica en torno a un eje axial compuesto, en la zona superior, por Dios Padre y el ángel. En la zona inferior, un poco descentrado hacia la derecha, el eje lo constituyen el cuerpo del Conde y el vacío creado entre ambos santos en medio del cual aparece una mano de uno de los testigos.

Si nos fijáramos en el cuadro entendiéndolo en vertical, podemos advertir sus dos registros, el terrenal y el celestial, tan típicos de su pintura. Ambos se encuentran separados por una especie de cortinaje de nubes que, según algunos autores, recordaría la forma de un arco conopial. La unión de ambos mundos se realiza por medio de la figura del ángel que asciende en forma serpentinata, a través de la cruz procesional y los hachones.

En cada una de las zonas, la parte central se organiza en torno a un óvalo. En la inferior lo conforman los dos santos que recogen el cuerpo, mientras que en la celestial está formada por Dios Padre, la Virgen, San Juan y el ángel.

Toda la imagen se ciñe a las dimensiones de la capilla funeraria del Conde, rematándose en arco de medio punto la zona superior para adaptarse a ella.

El color vuelve a diferenciarse en ambas zonas. En la parte baja, y enmarcados por la banda negra y blanca de los asistentes, el Greco emplea tonalidades calientes (amarillos y rojizos) de influencia veneciana. Utiliza, a su vez, efectos de maestría en la armadura del conde y sus reflejos, como ya había hecho en el Expolio. De la misma manera, realiza una bellísima transparencia en el sobrepelliz de la figura de espaldas de la derecha o diferencia la piel del muerto frente a la de los vivos dándole una carnación verdosa que contrasta con los fondos rojizos de las caras del resto de los personajes. Todo ello nos lleva a la influencia veneciana y su gusto por el color, así como nos demuestra las capacidades técnicas del pintor.

En la zona celestial el panorama vuelve a cambiar. En general, todo se encuentra sumergido en un tono verdoso que se corresponde con la ya citada cara del conde. El efecto que se produce, de nuevo, es el de irrealidad, de espacio fuera de lo habitual, como si nos encontráramos frente a una visión.

El uso del dibujo incide en la separación entre ambos mundos. En el inferior se observa su manera minuciosa que atiende hasta los últimos detalles, como se puede ver en la decoración de las telas de ambos santos y en especial en la de San Esteban que lleva la representación de su propio martirio, en donde aparecen las formas alargadas y espectrales que caracterizarán sus obras posteriores.

En la zona superior, el dibujo cambia de concepto y aplicación. Por una parte observamos una pincelada más suelta que termina por crear un aspecto más abocetado de la imagen, mientras que por otra.

La luz participa de un fenómeno similar. En la parte baja se muestra más naturalista, viniendo desde la izquierda. El propio apiñamiento de los personajes hace que esta iluminación no cree efectos espaciales y sólo sirva para crear volúmenes en cara y vestiduras.

En la zona superior la luz se vuelve irreal, no pudiéndose precisar los focos ni su dirección, pues los personajes aparecen iluminados desde lugares distintos según sea la zona en la que nos fijemos. Esta técnica contribuye a desmaterializar las figuras y envolverlas en una atmósfera irreal de tintes fríos (luz lunar) frente a la objetividad de la zona inferior.

El uso de la perspectiva corresponde a la época manierista, mostrándose arbitrario y poco realista. En la zona inferior, el espacio es muy reducido, formándose una pantalla de cabezas tras la escena principal que cierra la visión y la deja sin referencias espaciales. Por delante de ella, los personajes principales crean su propio ámbito, adelantándose hacia el espectador en sucesivos planos. (De detrás hacia delante: santos y conde, franciscano y oficiante, Jorge Teothocopulos y sacerdote de espaldas). La parte donde deberían estar posados los pies está cuidadosamente eliminada para dejar así a los personajes sin suelo y, de nuevo, sin referencias espaciales.

En la zona superior, la perspectiva cambia por completo. Toda la escena se encuentra representada de sotto in sú, proponiendo al espectador su posición baja ante la visión celestial, lo cual hace que las figuras se vayan empequeñeciendo según ascendemos (Comparar los respectivos tamaños de la Virgen y Dios Padre). Hacia los laterales ocurre el mismo fenómeno, alejándose rápidamente (perspectiva acelerada).

El uso de esta perspectiva crea un fuerte salto en el tamaño de los personajes bajos y los altos, subrayando de esta manera el carácter dual de la escena.

Figuras. En la parte inferior el canon de todas las figuras, aunque con el tan típico alargamiento del pintor, lo podríamos considerar bastante correcto, con un cierto hieratismo, posturas estables y fuerte interés por las texturas.

Por el contrario, las figuras superiores se resuelven en posturas más forzadas y con una mayor tendencia al alargamiento que es potenciado por el uso de la luz (Observar la figura de San Juan). Esto no es otra cosa que la tan comentada irracionalización de la escena, su separación de la experiencia normal.

COMENTARIO.
El cuadro que analizamos, nos sirve perfectamente para analizar la obra del Greco en dos direcciones opuestas, la de sus influencias, todavía muy patentes, y la de su evolución posterior, ya embrionaria en la imagen.

En el campo de las influencias podemos seguir todo el recorrido vital del artista hasta llegar a Toledo. Aunque discutido por algunos autores, se podría citar su origen y formación bizantina en el friso de los personajes retratados, su isocefalia y carácter antiespacial. De la misma manera, también es oriental su idea de la imagen religiosa entendida de una forma abstracta, lejana del naturalismo occidental.

De su estancia veneciana podemos destacar el uso que realiza del color, sobre todo en la parte baja, con esos opulentos amarillos que nos remiten a Tiziano para el que, supuestamente, trabajó. Del mismo autor provienen la forma de realizar las encarnaciones de los retratados, los brillos de la armadura (interés por las texturas), las transparencias de algunas telas o la propia postura del Conde que extrae del Entierro de Cristo del veneciano. El uso tan suelto de la pincelada, especialmente visible en la zona celestial, lo aprendió también allí, en Venecia, que buscaba en el color una alternativa a la importancia del dibujo del renacimiento florentino .

En cuanto a su paso por la Roma manierista, nos encontramos con ciertos recuerdos del tan admirado entonces Miguel Ángel, como la forma serpentinata del ángel central o el amorcillo de la derecha y su postura inestable sobre la nube, el agobio espacial (demasiadas figuras en ciertos lugares del cuadro) de zonas particulares del Cielo o la propia forma en zigzag del cuerpo del conde que nos remiten a las últimas piedades del florentino.

De la misma manera, el tratamiento irreal del espacio (fuera de lo la caja espacial del clasicismo) era típico de la maniera romana, igual que la desproporción anatómica, la multiplicidad de focos para la iluminación o el uso de los ambientes lunares .

Con lo dicho anteriormente, ya tenemos perfiladas las distintas influencias que maneja el pintor y que, de una u otra manera, aparecen de forma reiterada en toda su obra. Sobre ellas creará su forma típica, tan radicalmente distinta a la pintura del momento que hará de él una figura relevante en la historia del arte.

El Greco buscará una nueva definición de la imagen religiosa. Con sus técnicas antinaturalistas (deformación de la anatomía y el espacio, múltiples focos de luz), unidas a los colores venecianos, su pintura tenderá a crear escenas que se acerquen a lo sobrenatural como una experiencia visual fuera de lo habitual, como se ya observa en la parte superior del cuadro, la dedicada al plano celestial.

Es la visión lo divino y milagroso que se impone a través del color y las formas no naturalistas. Una transmisión de la experiencia religiosa que se acerca a los místicos, dándonos, más que referencias reales, sensaciones, emociones de lo sobrenatural. En sus cuadros el Greco no cuenta sino que sugiere, nos traduce en aspectos formales la idea de lo superior.

Lógicamente, esta postura no era la más adecuada para el gran público, pues pecaba demasiado de intelectual. Esta fue una de las razones del fracaso que tuvo para ingresar en la decoración del Escorial. Sus cuadros no servían como imágenes de culto que movieran a la piedad, como luego se buscará en el barroco, sino que estaban destinados a una élite intelectual que supiera interpretar estas formas descoyuntadas y luces irreales como una fotografía de lo divino más que una pura ilustración didáctica.

Texto + Fotos: Vicente Camarasa

Para saber más:
http://seordelbiombo.blogspot.com

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