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España: Tejeda la aldea más bonita de Gran Canaria
Lo primero que llama mi atención, cuando bajo de la guagua a las 9 y media de la mañana, es el tremendo silencio después de toda la juerga y del ruido en la metrópoli turística Playa del Inglés en el Sur de Gran Canaria. Y un viento bastante fresquito sopla aquí en el corazón de la isla, por el pueblo de Tejeda a más de mil metros de altura.
Las tiendas, Cafés y Restaurantes todavía están cerrados, no veo ni un alma en la calle, sólo allá lejos un grupo de niños está jugando con un perro. Poco más de una hora después de la salida del sol Tejeda parece un pueblo fantasma: muchas contraventanas aún cerradas, la Iglesia de Nuestra Señora del Socorro cerrada. Un Silencio luminoso domina la amplia caldera, en la que está situada Tejeda, sólo se escucha el murmullo de una instalación de riego, la ropa colgada ondeando por ráfagas del viento y el ladrido de perros.
La Oficina de Turismo también se encuentra cerrada. Como no hay nada que hacer, me siento en un banco mirando al abismo. En los alrededores se elevan los despeñaderos oscuros del cráter de un volcán extinguido hace muchos siglos y que hoy forma la caldera de Tejeda. La situación geográfica espectacular de esa aldea de montaña está enmarcada por las dos cumbres más características de Gran Canaria, las que se elevan como atalayas encima de Tejeda. En el Sur la silueta majestuosa del Roque Nublo (1811 metros de altura), y en el oeste el Roque Bentayga (1414 metros), que remata el punto más alto de la Caldera con su forma particular de triángulo descompuesto. En el lejano horizonte del oeste, entre sombras de rocas y sierras, se puede ver el azul profundo del Atlántico, si hay un día claro se asomará Tenerife con su pico del Teide. Ningún otro lugar en Gran Canaria tiene un emplazamiento tan afortunado. Por ello no resulta sorprendente que muchas veces a mediodía llegan docenas de guaguas llenas de turistas desde las playas del Sur, así como desde la capital Las Palmas.
El sector gastronómico de Tejeda vive sobre todo de esos turistas muy pasajeros que se quedan para almorzar y luego vuelven. Sin embargo, también hay pensiones, hostales y casas rurales para alquilar aquí, ideal para todos los que busquen en Canarias más bien la tranquilidad y el clima sano de montaña en vez de playas y discotecas ruidosas. Las casitas blancas de la aldea contrastan con las cuestas rocosas de color oscuro, algunas parecen colgar como nidos de un águila encima del abismo. Cácteas que alcanzan una altura sorprendente forman cinturones verdes por el valle y las cuestas, y destacan un par de pitas gigantes como unas espadas hacia el cielo. Sus "árboles" en realidad son las flores de la pita y ahora me acuerdo haber leído que una pita reúne todas sus fuerzas durante años para formar esa única flor gigantesca, para morir para siempre después de que se haya marchitado. Una idea que me causa demasiada melancolía, así que hay que disiparla urgentemente, mejor moviéndome.
Aunque sigo siendo el único turista durante esta mañana, ahora se abren las puertas de la Oficina de Turismo y entro en seguida. Intento explicar a la chica muy simpática que atiende a los turistas que mi plan es caminar desde aquí al Roque Nublo. Me queda mirando con estupor como si ése fuera el deseo más absurdo jamás escuchado. ¿Caminar? ¿Voluntariamente? Pero en Tejeda hay mucho que descubrir, como no se cansa de afirmar, como p. ej. el Museo de las tradiciones o el Museo Abraham Cárdenas. Pero no he venido a visitar este paisaje espectacular para luego pasar el día soleado en interiores de museos de segunda categoría. Ella repite que no existe un sendero directo al Roque Nublo (un error que me llevó a una aventura arriesgada como se puede leer en
la edicíon de enero del Caiman).
Queda claro que la brava representante del turismo de Tejeda prefiere que yo me vaya quedando dentro de las fronteras de su municipio. Así que me despide dándome un mapa de Tejeda y recomendándome el sendero desde Cruz de Tejeda a Las Mesas, donde hay zonas de acampadas con buenas vistas al Roque Nublo. Pero para llegar allí debería tomar primero la guagua o seguir la carretera hacia el norte. Ella calcula unas 2 horas para esa caminata. Esa calculación me parece exagerada, no obstante podría ser un riesgo para volver a tiempo a tomar la guagua de las 16.00 horas. Le doy las gracias por el mapa y salgo de la Oficina de Turismo.
Hay dos alternativas para excursiones a pie que podría realizar en 3 - 4 horas desde aquí: o al Roque Bentayga, donde también hay un sitio arqueológico, o al Roque Nublo. En el mapa descubro una pista que va al Sur, una calle rural sin salida que termina en una aldea que se llama La Culata, muy cerca ya del Roque Nublo (unos 7 Kilómetros). Espontáneamente me decido a tomar la segunda. Para empezar tengo que seguir la carretera principal (GC15) unos 3 Kilómetros.
Finalmente llego a la estrecha carretera que me llevará dirección sur a La Culata. Bajando por campos y jardines del valle, agricultura en terrazas, disfruto de unas vistas magníficas al paisaje en el corazón de la isla. De vez en cuando veo un estanque para el agua pluvial al lado de una finca, la agricultura en los valles de Gran Canaria siempre depende de la cuestión de la disponibilidad del agua. En los valles alrededor de Tejeda se cultivan sobre todo almendros, viñedos, patatas y Cácteas. Es razonable el cultivo de esos productos que necesitan relativamente poca agua mientras que el cultivo masivo de tomates o plátanos para la exportación no es adecuada considerando la escasez de agua. El cultivo de Cácteas diminutas que cubren campos enteros es un gracioso detalle en los valles de Tejeda.
De repente un sonido inesperado interrumpe mi meditación acerca de la agricultura canaria: tiros! Tiros multiplicados por los ecos de las cumbres. Serán cazadores domingueros - ¿pero qué van a cazar aquí, por esos montes tan ásperos? ¿Conejos o perdices? De todas maneras se trata de una presa muy chica. Un sonido inquietante, espero que mi camiseta de color morado brillante me salve de ser confundido con una presa. Voy caminando más rápidamente, acompañado por el concierto de tiros, para llegar a La Culata.
Allí entro en el único Bar de la aldea, pidiendo un café. En el primer momento los abuelos me miran como a un extraterrestre (será poco frecuente que un forastero llegue aquí a pie). Después de saber mi nacionalidad la conversación gira alrededor del fútbol y la opinión dominante en la aldea es que en el campeonato europeo del fútbol en el próximo verano España vencerá de nuevo a Alemania (vamos a ver!).
Ya han cesado los tiros cuando empiezo a volver con nueva energía (lamentablemente cuesta arriba). De repente el zumbir de una caravana de moticicletas rompe el silencio. En una curva allí arriba veo una fila de motociclistas acercándose velozmente, en menos de un minuto estarán aquí camino a La Culata. Me quedo muy cerca al margen de la estrecha pista, casi asomándome al abismo, para dejarlos pasar como un Tornado. Un tornado que se ha llevado mi querida gorrita de color azul del Atlántico. Miro hacia abajo. Mi gorrita se encuentra en medio de una viña. Pero no hay manera de llegar allí, no hay sendero y la profundidad es considerable. Está claro que mi gorrita de béisbol se ha de quedar allí mismo, una pérdida que siempre me hará recordar mi caminata por los montes de Tejeda. Que traiga suerte al dueño de la viña cerca de La Culata.
El sol me quema un poco la cara durante el camino de regreso a Tejeda. El próximo día me compro una nueva gorrita, naturalmente de nuevo en el color del Atlántico.
Texto + Fotos: Berthold Volberg
Cómo llegar:
Desde Maspalomas/Playa del Inglés en la guagua azul de Global Nr. 18, a las 8.00 de la mañana, volviendo a las 16.00 lunes-sábado o a las 18.00 domingo.
Recomendaciones:
Restaurante: La Cueva de la Tea, C. Dr. Domíngo Hernández Guerra (con terraza con vistas al barranco, ofrece muchos platos auténticos de Canarias, como cabrito, Papas Arrugadas, conejo en salsa de tomate, cordero)
Dulcería Nublo: C. Dr. Domíngo Hernández Guerra (especialidad: mazapán y pasteles y galletas de almendra)
Enlace:
www.tejeda.es
Texto + Fotos: Berthold Volberg
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