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España: Galopines en Cuadros Barrocos
Murillo demuestra su polifacetismo en una muestra del Museo de Sevilla
Cuando pregunto a mis amigos qué opinan sobre la obra de Bartolomé Esteban Murillo (1617 - 1682), el pintor más destacado de la segunda generación de pintores del Barroco Sevillano, su reacción es más que reservada, especialmente si vienen del norte de España o de Alemania. "¿No fue aquél que nos dejó un montón de angelotes e innumerables Inmaculadas?" Incluso un profesor de historia del arte de Castilla, a pesar de ser muy amigo mío, al mencionar el nombre de Murillo, suele poner los ojos en blanco, murmurando "muchos angelitos gorditos..."
No es verdad, como ahora nos demuestra el Museo de Bellas Artes de Sevilla con una muestra excepcional, la que abrió sus puertas el 20 de Febrero y durará hasta el 30 de Mayo 2010. Se presentan unas 42 obras creadas durante los primeros 20 años de su carrera, procedentes de museos extranjeros en su mayoría y ahora han vuelto a su patria para "reunirse" durante tres meses con las obras de Murillo en Sevilla.
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Nos encontramos delante unos cuadros a veces bastante atípicos comparados con la imagen estereotipada de la obra de Murillo (caracterizada por Inmaculadas, angelitos y nubes de luz), así que algunos durante mucho tiempo ni siquiera fueron reconocidos como obras suyas: p. ej. "La Vieja con Gallo". Se trata del retrato (hacia 1645) de una vieja vendedora, la que lleva una cesta llena de huevos y una gallina en los brazos. Esa presentación de una mujer sencilla del pueblo es un excelente dibujo de un carácter, en el que Murillo se atreve a mostrar la fealdad, además de demostrar gran virtuosismo y realismo sin piedad. Pintada de una manera naturalista y muy detallada, la cara arrugada y amarillenta de la vieja casi desdentada, parece observar al espectador desde el cuadro con su mirada punzante. Con la mano derecha coge el cuello de la gallina, con la izquierda tiene agarrado las garras del ave. Su mirada inquietante transmite muchas emociones, y ninguna buena: ¿avaricia, malicia, fatalidad o desesperación teniendo presente su pobreza? De todos modos, parece haber años de luz entre ese retrato de la pobreza personificada por una vieja bruja y las Vírgenes bellísimas rodeadas de angelotes, tan típicas para la obra de Murillo que acompañan por siempre su nombre en todos los libros de la historia del arte. No es sorprendete que esa pintura haya sido atribuída a Jusepe de Ribera hasta principios del Siglo XX, ya que es mucho más típico para los retratos realistas de personas marginadas de la sociedad pintadas por el valenciano afincado en Napoles. Pero investigaciones de material (lienzo, colores, etc.) han demostrado que "La Vieja con Gallo" - por la coincidencia con datos de otras obras de Murillo - es una creación del maestro de Sevilla.
Así que no es justo reducir la obra de Murillo - como se suele hacer en Sevilla - a sus Inmaculadas y angelitos o - como se suele hacer en el norte de Europa - a sus retratos de niños. El polifacetismo de sus temas y técnicas es enorme. Aunque especialmente famoso por ser el autor de 22 Inmaculadas, todas bellas reinas del cielo, Murillo fue uno de los pintores más proteicos del Siglo de Oro. Contrariamente a Zurbarán o Valdés Leal, los que casi sólo pintaron cuadros de temática religiosa e incluso comparado con Velázquez, el pintor de cámara de S.M., Murillo ha creado escenas muy variadas y originales. Aparte de muchos cuadros sacros encargados por conventos sevillanos o hermandades religiosas, también pintó "escenas cotidianas" (algunas de una crítica social sorprendente), bodegones, representaciones alegóricas de las estaciones, autorretratos, retratos y grupos de niños. Y no retrató principitos o princesas (como Velázquez) sino galopines.
En Sevilla, la gran metrópoli de la globalización del Siglo de Oro, se intensificaron los contrastes sociales después de la gran crisis económica de los años 30 del Siglo XVII, y ya hubo muchos marginados y galopines. Como consecuencia de la gran Peste del 1649 su número aumentó aún más, ya que la mitad de la población murió y muchos niños perdieron a sus padres. Esos niños, huérfanos y sin techo, sólo pudieron sobrevivir pidiendo limosnas o mediante robos o prostitución. A veces formaron pandillas y repartieron el botín obtenido por robo or pordioseo. Mientras que todos los otros pintores sevillanos de su generación trataron ese tema como un tabú, Murillo dedicó docenas de cuadros a esos galopines y hoy son un testimonio interesante de ese ambiente al margen de la metrópoli del XVII.
Su primera pintura dedicada a esa temática ya es la versión más crítica, creada sin compromiso: "El Joven Mendigo" (pintada hacia 1647, hoy en el Louvre de París). Muestra un muchacho descalzo que lleva ropa desgarrada, sentado en la esquina de una ruina o casa abandonada, despiojándose. Delante de sus pies hay restos de una comida como cáscaras de gambas. Es una pintura sobrecogedora de un niño viviendo en la calle y luchando por sobrevivir. En contraste a retratos de niños acabados en décadas posteriores, en esta primera obra maestra de Murillo domina una atmósfera pintada en colores tenebrosos (matices de marrón y gris oscuro) y la mitad del cuadro lo invade una sombra negra. Se trata de una creación austera, concentrada en lo esencial, aquí no aparece decoración de fondo. Mientras que en pinturas posteriores suele presentar sus galopines con el cabello rizado, sonrisa alegre y a veces con miradas picarescas, acercándose así al gusto de su público y sus clientes, el "Joven Mendigo" del Louvre tiene la cabeza rapada. Sus ojos no se pueden ver, ya que tiene la cabeza inclinada, mirando al suelo con una expresión de profunda tristeza, lejos de las sonrisas traviesas de otros galopines de Murillo los que iba a pintar más tarde.
Desde el año 1782 propiedad del Rey de Francia, después de la Revolución Francesa, "El Joven Mendigo" llegó a ser el primer cuadro de un pintor español en el Louvre. Fue comprado legalmente ya en el Siglo XVIII y no - como tantos de sus cuadros sacros - robado por el mariscal Soult durante la ocupación napoleónica. Es sorprendente que con sus retratos de galopines Murillo logró evocar más interés en el norte de Europa que en España. Ya poco después de su muerte en el 1682 la mayoría de sus cuadros de esa temática se vendieron en Flandes, Francia, Inglaterra y Alemania.
Cinco de ellos se encuentran hoy en la Pinacoteca de Munich y el más famoso de esa colección de impresiones de la vida de galopines también forma parte de la muestra en el Museo de Sevilla: los "Niños comiendo melón y uvas". Esa escena pintada en 1650 o 1651, presenta dos niños llevando ropa sucia y desgarrada, sentados en una esquina para disfrutar un gran melón y uvas. Muy contrariamente al "Joven Mendigo", triste y abandonado, Murillo empieza a concebir las escenas de un ambiente de miseria metropolitana en una forma más amena y agradable para el público. Los dos galopines no parecen tristes o desamparados (y mucho menos hambrientos), sino están comiendo con gustito uvas y melón, mirándose mútuamente con una expresión picaresca. El realismo de la escena es impresionante hasta en los más diminutos detalles: las uñas y pies sucios de los chicos descalzos, las pepitas del melón en el suelo (y una en la mejilla del chico de la derecha), las dos moscas en el melón, incluso las sombras diminutas de sus alas se pueden ver perfectamente. Las uvas que el muchacho izquierdo está a punto de meterse en la boca, brillan de manera tentadora y hacen recordar placeres de bacanales. Y la leve sonrisa de su compañero, contento con la boca llena masticando el melón, parece distraer la atención de una temática tan triste y seria como el destino de galopines. Aunque esa pintura todavía es lejos de la risa libre y despreocupada que será típica de sus escenas de galopines de los años sesenta y setenta del Siglo XVII, en comparación con el "Joven Mendigo" tanto la atmósfera como la escala cromática se han llenado de vida. Murillo abandona la melancolía y austeridad del negro-gris-marrón en la escena "Niños comiendo melón y uvas" , para poner en el centro del cuadro el amarillo verdoso del melón, las uvas de color verde brillante y las camisas blancas (aunque desgarradas) de los niños.
Generalmente se puede observar una contínua aclaración del colorido en las obras de Murillo a partir de 1650. Ese desarrollo ya se puede notar en las obras "Joven con un perro" o "Muchacha con cesta de frutas", pintadas entre 1650 y 1655. En la última década de su vida, ese cambio queda aún más obvio, p. ej. en las escenas de galopines ejerciendo el juego de la argolla o el juego de dados (pintadas hacia 1670). Otra característica común del último período de sus creaciones: a pesar de su pobreza, esos niños desamparados parecen alegres, están mirando al observador con una sonrisa picaresca o una risa traviesa. No obstante, apelan también indirectamente a la conciencia social de los observadores.
Sin embargo, algunos críticos reprochan a Murillo que sus retratos de galopines sean demasiado bonitos y su atmósfera demasiado serena, para funcionar realmente como visión crítica de la sociedad. Pero no hay que olvidar que también otros pintores mostraron jóvenes mendigos y huérfanos con caras alegres, incluso Jusepe de Ribera presenta su "Joven mendigo con pie equinovaro" con una sonrisa picaresca. Se puede interpretar como una concesión al gusto del público, Murillo presenta su conciencia social en escenas que describen detalladamente el ambiente de galopines, pero sin demasiada gravedad - crítica social en almíbar. Muestra la miseria del ambiente, en el que viven esos niños en barrios marginados, pero les pinta una sonrisa en la cara. Y también celebra su libertad, aparentemente según el lema "pobre, pero libre y feliz". Tal vez de esa manera expresaba un anhelo de sus clientes de la alta nobleza quienes soñaban vivir con menos obligaciones y más ociosidad: carpe diem - sugerían sus imágenes de alegres galopines.
Pero sin duda hubo también otra razón para explicar la visión pintoresca y romántica que Murillo ofrece de la vida de galopines. La gran peste del 1649 fue la catástrofe más grave en la historia de Sevilla, durante pocos meses murió la mitad de la población (unos 80.000 víctimas, entre ellos tres niños de Murillo) y dejó una ciudad traumatizada, en la que los sobrevivientes tenían que enfrentarse a callejas despobladas, una situación económica bastante caótica, hambre, y pandillas de huérfanos. Y lo último que esos sobrevivientes querían ver en lienzos eran impresiones de miseria desesperada - porque ya la tenían presente en su vida cotidiana. Por ende, no es por casualidad que la única escena de galopín, en la que Murillo muestra una visión triste y sin compromiso de esa miseria data
antes del derrumbamiento de 1649. Todos los cuadros pintados después de 1650 presentan versiones más serenas y optimistas. Después de la catástrofe apocalíptica, los sevillanos preferían mirar visiones luminosas de esperanza - y Murillo les ofreció lo que querían.
Esa tendencia se muestra aún más claramente en las pinturas sacras de Murillo, cuyo colorido iba cambiando de matices telúricos y contrastes claroscuros inspirados por Caravaggio y Ribera hasta llegar a colores celestiales, un estilo pastoso, nubes de luz dorada y matices de azul y rojo para los ropajes de las Vírgenes. Sus obras más típicas llegaron a ser Vírgenes como reinas de belleza, con miradas extasiadas anunciando el amor de Dios en vez del Juicio Final. Si algo se pudiera reprochar a Murillo, sería el hecho de que haya copiado algo demasiadamente sus "modelos de éxito" , y por ello su obra es reducida muchas veces (pero injustamente) a sus Inmaculadas con angelitos. (Pero ese reproche se pudiera hacer a cualquier pintor. Ribera pinto una docena de "San Jerónimos penitentes", Zurbarán galerías enteras de monjes santos y Velázquez al menos veinte retratos del Rey...)
El arte de Murillo se caracteriza por un profundo humanismo cristiano, y él mismo lo vivió: como miembro de la Hermandad de la Caridad solía repartir limosnas y regalaba la mayor parte de su fortuna considerable a los pobres. En muchos casos, sus pinturas son una llamada directa para practicar la caridad. En esa categoría, sus dos obras más geniales son "Santa Isabel curando leprosos" (en el Hospital de la Caridad, Sevilla) y "Santo Tomás de Villanueva reparte limosnas" (en el Museo de Bellas Artes, Sevilla). Como sermones pintados presentan acciones de caridad a imitar. Y dispuso de una técnica genial para elaborar sus creaciones, sea una Virgen con cara de gitana o galopines que parecían ángeles. Ningún otro pintor español supo captar tan vivamente movimientos o la mímica de personas como Murillo. Era un "maestro de la sonrisa" - su retrato de un "Niño Sonriendo" y la pintura de un "Joven burlándose de una mendiga", son caras virtuosamente dibujadas. En ambos cuadros pintados hacia 1660 Murillo emplea el recurso de integrar el observador, porque sus niños sonríen directamente al público, en el primer caso el joven incluso apunta con el dedo al espectador, como si se burlara traviesamente.
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Quizás hay algo que los pintores sevillanos Murillo y Velázquez tienen en común: con respecto al virtuosismo técnico, las obras del último período de sus vidas serán más impresionantes (Velázquez: "Las Meñinas"; Murillo: "Tomás de Villanueva repartiendo limosnas" o "Inmaculadas" rodeadas de nieblas luminosas). Pero mirando a la importancia de sus mensajes independientes de la moda de su época, se puede llegar a la conclusión que muchas de sus obras juveniles merecen mayor atención y hay que apreciarlas aún más (Velázquez: "El Aguador"; Murillo: "El Joven Mendigo" y otras pinturas de galopines).
En la Europa de los Siglos XVIII y XIX, Murillo fue el pintor español más famoso, sus obras obtuvieron los precios más altos en el mercado del arte. Sin embargo, a finales del Siglo XIX cayó en la desgracia y fue reemplazado por Velázquez en el trono de la pintura española por la opinión de los historiadores del arte. Una de las razones hay que buscarla en una avalancha de copias malas, a veces malísimas y estereotipadas de cuadros de Murillo, las que invadieron el mercado del arte desde mediados del Siglo XIX y contribuyeron considerablemente a la pérdida de su prestigio como pintor.
¿Por qué desde entonces no ha sido rehabilitado como pintor destacado del Siglo de Oro y representante genial del Barroco español? Es que con el concepto del genio se suele asociar una inclinación a la locura, una biografía aventurera o al menos un comportamiento extravagante. Nada de eso se puede decir de Murillo, el que siempre fue descrito como amable y sin caprichos de divo por sus contemporáneos, aunque fue el pintor más famoso de España en el Siglo XVII. Murillo no mató a nadie a causa de un duelo (como lo hicieron p.ej. Martínez Montañés, Cellini o Caravaggio), tampoco fue acusado por la Inquisición (como Alonso Cano) ni siquiera tuvo accesos de rabia, persiguiendo a alumnos por la Catedral sevillana (como lo hizo Valdés Leal). Pero no por ello su arte magnífico vale menos. Ya es tiempo para un redescubrimiento a lo grande - y mejor en Sevilla.
Texto + Fotos: Berthold Volberg
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